Leyenda del Panteón de Dolores, México
Por Héctor de Mauleón
He vuelto, después de mucho tiempo de no hacerlo, al viejo y misterioso
panteón de Dolores. La historiadora Ethel Herrera sostiene que no hay
habitante de la ciudad de México que no tenga un familiar o un conocido
enterrado ahí.
En los domingos de otro mundo mi abuelo paterno me llevaba a visitar la
tumba de su hermana, muerta durante la infancia: había tumbas con fechas
lejanísimas, 1878, 1891, y un cortejo impresionante de figuras
mortuorias: ángeles desconsolados que se inclinaban sobre los sepulcros,
mujeres de piedra con las manos en los ojos, en actitud de llanto.
Había árboles que se doblaban de viejos, un silencio que yo creo que no
volvió a existir jamás, y muchas tumbas olvidadas, mordisqueadas por el
tiempo, en las que ya era imposible leer los nombres inscritos en las
lápidas.
Una leyenda afirma que el panteón de Dolores lleva ese nombre porque
perteneció a Dolores Gayosso, una dama acomodada del siglo XIX que
compró 702 mil 244 metros cuadrados del antiguo rancho Coscacoaco, para
fundar ahí uno de los primeros cementerios que, después de las Leyes de
Reforma, no estuvieron controlados por el clero.
La misma leyenda afirma que Dolores Gayosso tuvo la mala fortuna de
morir apenas firmadas las escrituras, y por tanto disfrutó del extraño
privilegio de convertirse en la primera persona inhumada en ese sitio.
Según ese relato, a la muerte de Dolores, su hijo Eusebio descubrió las
dificultades que entonces había en México para enterrar a alguien —ir a
la carpintería por una caja, a la florería por unos ramos, y luego
llevar todo en un carretón jalado por mulas hasta la casa del difunto,
para dar comienzo al velorio—, así que decidió fundar la célebre agencia
encargada de dar, hasta la fecha, tal servicio.
La realidad es que el cementerio lleva el nombre de Dolores porque se
ubica en una parte del rancho Coscacoaco que se llamaba “la Tabla de
Dolores” —“tabla”, en la época colonial, era el sitio donde se vendía la
carne destazada de las reses—; y que contra las afirmaciones de la
vieja leyenda, la primera persona inhumada en ese sitio fue el general
Eusebio Gayosso, y no su esposa Dolores.
En 1871, el cementerio general de la ciudad, el antiguo panteón del
Campo Florido, que se ubicaba en nuestra actual colonia Doctores, fue
clausurado debido a su insalubridad (construido sobre chinampas, la
mayor parte del año estaba anegado). Tres años más tarde, un empresario
llamado Juan Manuel Benfield —yerno de Dolores Gayosso—, solicitó una
concesión para abrir en la “Tabla de Dolores” un panteón civil.
El cementerio fue inaugurado en 1875: muchos de los muertos enterrados
en Campo Florido —entre ellos, el poeta Manuel Acuña— fueron exhumados y
llevados al nuevo cementerio. Las tumbas de primera clase costaban 85
pesos; las de quinta, sólo cinco.
Benfield ofreció al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada que en el
mejor lugar del cementerio abriría un lugar de honor “para erigir los
monumentos destinados a guardar los restos o a perpetuar la memoria de
hombres ilustres a quienes se hubiese decretado o se decretaren honores
póstumos”. De ese modo se creó la Rotonda de las Personas Ilustres, que a
pesar de lo ridículo de su nombre es el sitio más curioso y atractivo
del cementerio.
Lerdo aceptó la proposición, y en 1876 envió los cadáveres del teniente
coronel Pedro Lechetipía y del general Diódoro Corella: los primeros
ocupantes de la rotonda habían muerto defendiendo el lerdismo, contra la
rebelión de Tuxtepec, encabezada por Porfirio Díaz. Dicha decisión,
eminentemente política, desató fuertes críticas contra el gobierno de
Lerdo. Éste se defendió diciendo que Corella y Letechipía simbolizaban
“la defensa de las instituciones”.
La rotonda es la muerte convertida en fuente de legitimidad política.
Porfirio Díaz se vengó enviando al monumento a 23 personajes liberales:
hizo de la rotonda un Olimpo encargado de justificar al porfiriato.
Victoriano Huerta sólo envió a una persona (el escritor Juan A. Mateos).
Miguel Alemán a ocho. Miguel de la Madrid, a 12. Carlos Salinas, a
cuatro. Gustavo Díaz Ordaz, a una. Felipe Calderón: a ninguna. Un total
de 21 presidentes sólo han erigido seis monumentos dedicados a mujeres
(las últimas tres, durante la gestión de Vicente Fox).
Leo en las tumbas los nombres borgesianamente enmarcados en dos fechas.
Dolores tiene 139 años. No sé cómo, pero estas criptas no sólo encierran
la historia y el estilo del país. En ellas hay algo de la ciudad.
Fuente: http://m.eluniversal.com.mx/notas/articulistas/2013/03/63708.html
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