lunes, 17 de febrero de 2014

Leyenda del Panteón de Dolores, México

Por Héctor de Mauleón



He vuelto, después de mucho tiempo de no hacerlo, al viejo y misterioso panteón de Dolores. La historiadora Ethel Herrera sostiene que no hay habitante de la ciudad de México que no tenga un familiar o un conocido enterrado ahí.

En los domingos de otro mundo mi abuelo paterno me llevaba a visitar la tumba de su hermana, muerta durante la infancia: había tumbas con fechas lejanísimas, 1878, 1891, y un cortejo impresionante de figuras mortuorias: ángeles desconsolados que se inclinaban sobre los sepulcros, mujeres de piedra con las manos en los ojos, en actitud de llanto. Había árboles que se doblaban de viejos, un silencio que yo creo que no volvió a existir jamás, y muchas tumbas olvidadas, mordisqueadas por el tiempo, en las que ya era imposible leer los nombres inscritos en las lápidas.

Una leyenda afirma que el panteón de Dolores lleva ese nombre porque perteneció a Dolores Gayosso, una dama acomodada del siglo XIX que compró 702 mil 244 metros cuadrados del antiguo rancho Coscacoaco, para fundar ahí uno de los primeros cementerios que, después de las Leyes de Reforma, no estuvieron controlados por el clero.

La misma leyenda afirma que Dolores Gayosso tuvo la mala fortuna de morir apenas firmadas las escrituras, y por tanto disfrutó del extraño privilegio de convertirse en la primera persona inhumada en ese sitio. Según ese relato, a la muerte de Dolores, su hijo Eusebio descubrió las dificultades que entonces había en México para enterrar a alguien —ir a la carpintería por una caja, a la florería por unos ramos, y luego llevar todo en un carretón jalado por mulas hasta la casa del difunto, para dar comienzo al velorio—, así que decidió fundar la célebre agencia encargada de dar, hasta la fecha, tal servicio.

La realidad es que el cementerio lleva el nombre de Dolores porque se ubica en una parte del rancho Coscacoaco que se llamaba “la Tabla de Dolores” —“tabla”, en la época colonial, era el sitio donde se vendía la carne destazada de las reses—; y que contra las afirmaciones de la vieja leyenda, la primera persona inhumada en ese sitio fue el general Eusebio Gayosso, y no su esposa Dolores.

En 1871, el cementerio general de la ciudad, el antiguo panteón del Campo Florido, que se ubicaba en nuestra actual colonia Doctores, fue clausurado debido a su insalubridad (construido sobre chinampas, la mayor parte del año estaba anegado). Tres años más tarde, un empresario llamado Juan Manuel Benfield —yerno de Dolores Gayosso—, solicitó una concesión para abrir en la “Tabla de Dolores” un panteón civil.

El cementerio fue inaugurado en 1875: muchos de los muertos enterrados en Campo Florido —entre ellos, el poeta Manuel Acuña— fueron exhumados y llevados al nuevo cementerio. Las tumbas de primera clase costaban 85 pesos; las de quinta, sólo cinco.

Benfield ofreció al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada que en el mejor lugar del cementerio abriría un lugar de honor “para erigir los monumentos destinados a guardar los restos o a perpetuar la memoria de hombres ilustres a quienes se hubiese decretado o se decretaren honores póstumos”. De ese modo se creó la Rotonda de las Personas Ilustres, que a pesar de lo ridículo de su nombre es el sitio más curioso y atractivo del cementerio.

Lerdo aceptó la proposición, y en 1876 envió los cadáveres del teniente coronel Pedro Lechetipía y del general Diódoro Corella: los primeros ocupantes de la rotonda habían muerto defendiendo el lerdismo, contra la rebelión de Tuxtepec, encabezada por Porfirio Díaz. Dicha decisión, eminentemente política, desató fuertes críticas contra el gobierno de Lerdo. Éste se defendió diciendo que Corella y Letechipía simbolizaban “la defensa de las instituciones”.

La rotonda es la muerte convertida en fuente de legitimidad política. Porfirio Díaz se vengó enviando al monumento a 23 personajes liberales: hizo de la rotonda un Olimpo encargado de justificar al porfiriato. Victoriano Huerta sólo envió a una persona (el escritor Juan A. Mateos). Miguel Alemán a ocho. Miguel de la Madrid, a 12. Carlos Salinas, a cuatro. Gustavo Díaz Ordaz, a una. Felipe Calderón: a ninguna. Un total de 21 presidentes sólo han erigido seis monumentos dedicados a mujeres (las últimas tres, durante la gestión de Vicente Fox).

Leo en las tumbas los nombres borgesianamente enmarcados en dos fechas. Dolores tiene 139 años. No sé cómo, pero estas criptas no sólo encierran la historia y el estilo del país. En ellas hay algo de la ciudad.



Fuente: http://m.eluniversal.com.mx/notas/articulistas/2013/03/63708.html

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