Sucedió en lo que hoy es Eje Central
Leyenda de amor y de venganza es la que ha dado el nombre a esta calle que merece ser conocida por lo dramática e interesante.
Esta leyenda nos cuenta, que en aquella época vivía un acaudalado caballero llamado Enrique de Verona, que con el paso del tiempo se había hecho de prestigio y fama debido a que era un excelente escultor. Había sido requerido para hacer trabajos en la Catedral de Toledo, en España; después hasta el mismísimo virrey don Francisco Hernández de la Cueva, le contrató para que realizara el altar de reyes en la Catedral de la Nueva España, donde también este hombre trabajador se hizo de fama y fortuna. Pero no solo le iba bien en su faceta de escultor, pues don Verona había dejado en su tierra esperando para contraer matrimonio a una hermosa mujer gaditana, quien iba todos los días sin falta al puerto a para ver si en cualquiera de los barcos venía su futuro marido; aparentemente este era el futuro que le esperaba al caballero, pero el destino hizo que todos estos acontecimientos dieran un giro inesperado a sus planes.
Don
Verona ya tenía todo planeado para su regreso a España y desposarse
con aquella mujer que lo aguardaba, pero sucede que a pocos días de
hacer su largo viaje, un día al dar la vuelta en una esquina, se
cruzara en su camino con una dama a la que se le había caído el
pañuelo; y como todo caballero educado y cortés se acercó a levantarlo y
a entregárselo en propia mano, los dos se miraron fijamente a los
ojos, y la dama con una voz suave como la de un ángel le dio las
gracias. Palabras, solo eso, pero aquellas palabras sumadas con la
imponente belleza de la doncella, hicieron que el corazón de Verona
diera vuelcos de emoción, eso solo significaba una cosa: amor.
Aquel
agradecimiento retumbaba en su cabeza como si de un canto celestial se
tratase; así se estuvo un largo rato pensando en aquella mujer, hasta
que cayó a cuenta de que todavía le faltaba ultimar algunos detalles
de su viajes, pues partía al día siguiente, entre ellos se encontraba
un amigo al que casi no hacía caso, y le parecía una falta imperdonable
no pasar a despedirse de él, pues a su cuidado había dejado un gatito
para que nunca le faltara nada. Lo que buscaba el despistado Verona era
disculparse ante sí mismo, y con el cambio que acababa de experimentar
su joven corazón, iba a buscar mil y un pretextos para aplazar el
momento de encontrarse con la gaditana.
No
paso mucho tiempo para que el caballero conociera a aquella hermosa
dama, quien llevaba por nombre Estela de Fuensalida y que también tuvo
que dejar plantado a su prometido, un viejo platero llamado don Tristán
de Valladares; ambos se enamoraron profundamente y tiempo después
contrajeron matrimonio, pero en este caso no terminaría con “y vivieron
felices para siempre”. La pobre gaditana se quedó esperando hasta que
le salieron raíces, pero Valladares no haría lo mismo… lleno de rabia y
despecho juró vengarse ¿Cómo lo hizo?
Transcurrió
un año y la pareja tuvo a un hermoso niño, todo era paz y felicidad,
hasta que una fría noche del año 1665 llegó el platero a la casa de la
pareja, entrando sigilosamente por la barda trasera, como si de un gato
se tratase prendió fuego a un pajar y acto seguido se lleva al niño.
Estela
y su esposo se despiertan aturdidos en medio de fuego y llamas. La
casa era todo un caos, los criados corrían de un lado a otro tratando
de salvar sus vidas, la dama cae desmayada y gracias a los vecinos que
ayudaron a extinguir el fuego, la familia se salva. Cuando la esposa de
Verona se hubo repuesto y ya en la calle fuera de peligro, se percató
de que su marido y su hijo no estaba con ella, los seres a los que más
amaba en este mundo, una angustia horrible recorrió todo su cuerpo y
arrodillada en el suelo gritaba desesperadamente llamándoles. Acto
seguido su esposo acudió a ella, pero con el detalle de que faltaba su
pequeño hijo, Estela desesperada entró a la casa todavía envuelta en
llamas en busca de su pequeño y como buen marido, Verona estaba por
impedírselo cuando en ese momento escuchó el llanto de un bebé, y en ese
momento avistaron a un hombre que escondía un pequeño bulto; acto
seguido don Enrique y otros se lanzaron sobre aquel hombre para quitarle
al niño que traía en brazos, quien era nada menos que el platero
Tristán. Después de estos acontecimientos, todo fue volviendo a la
normalidad, pero aquel suceso que causo tanto escándalo en la Nueva
España, quedaría en la memoria de los habitantes, pasando a llamar esta
calle como “Niño Perdido”.
Desde entonces el vulgo llamó a esta calle del Niño Perdido pues la desolada madre gritaba, al no encontrarlo, “!Madre mía, devuélvanme al niño perdido¡”
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