martes, 17 de diciembre de 2013

Leyenda del Cañon del Sumidero Chiapas

Por Sofía Mireles Gavito




Según el investigador belga Jan de Vos, Premio Chiapas 1986 en Ciencias, quién falleció el pasado 24 de julio del 2011 en la Cd. de México, la historia del suicidio colectivo narrado en el escudo de Chiapas es una leyenda que falsifica lo que realmente pasó a los indios “chiapanecas”.

La leyenda nos dice que los chiapanecas lucharon valientemente contra los conquistadores españoles. Pero estos se impusieron pronto, debido a su preponderancia militar y gracias al apoyo que recibieron de varios pueblos enemigos de los chiapanecas. Ante el peligro de ser derrotados, los indios de Chiapa se retiraron al Cañón del Sumidero. En una peña que dominaba el río con su altura casi vertical, tenían ellos su capital. Después de una feroz batalla, esta ciudad cayó en manos de los conquistadores. Entonces, los sitiados en vez de rendirse, se arrojaron al precipicio. Muriendo en este suicidio colectivo, según la fuente colonial, más de 15,000 y nada más sobrevivieron 2,000. La batalla en el Sumidero fue eternizada en el blasón de armas que el Emperador Carlos V concedió en 1535 a la ciudad de San Cristóbal de los Llanos de Chiapa.

Jan de Vos después de estudiar distintos documentos recabados en el Archivo General de Indias, en Sevilla; en el Archivo General de Centroamérica, en Guatemala, y en el Archivo Diocesano de San Cristóbal de las Casas. Además de las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, de Remesal, Herrera, de Dos Historias Modernas, el poema de Galileo Cruz Robles sobre la conquista de Chiapa, y documentos de la visión de los chiapanecas; llega a las siguientes conclusiones: primero, la antigua Chiapa de los Indios no era una ciudad fortificada, ni estaba situada dentro del Sumidero. Segundo, los chiapanecas no se levantaron en armas contra Diego de Mazariegos en 1528. Tercero, la batalla conmemorada en el escudo del Estado de Chiapas no fue en aquel año. Cuarto, los chiapanecas no se despeñaron heroica y colectivamente en las aguas del río Chiapa( hoy Grijalva).

Los responsables de la creación de la leyenda son los mismos indios chiapanecas.



Reduciendo la leyenda a sus proporciones históricas, los documentos revelan que existieron dos rebeliones sucesivas de los chiapanecas por los años de 1532-1534. Durante esos años, los chiapanecas vivieron efectivamente en el Sumidero y pelearon allí contra las tropas españolas. Son estas batallas las que conmemora el Escudo del Estado. En ellas, algunos rebeldes se despeñaron efectivamente en las aguas del río Grijalva.

El Escudo de Chiapas es la justificación de los vencedores, en la cual siempre estará a la mano algún santo poderoso, capaz de darles la victoria y un Dios justo, dispuesto a castigar a los adversarios. Así los dos leones que están representados en el escudo, el de la derecha simboliza obviamente la victoria militar española sobre los chiapanecas, arrimado como está a un castillo. Pero el león de la izquierda, arrimado a una palma verde con su fruta, está allí en memoria de la advocación del glorioso señor San Cristóbal; ya que este santo era el patrón de Chiapa de los españoles desde 1530 y era obvio que el conquistador Baltasar Guerra pusiera sus tropas bajo esta protección.

Fuente: http://www.lavozdelnorte.com.mx/semanario/2012/06/24/la-leyenda-del-sumidero/

Leyenda La calle del Niño Perdido

Sucedió en lo que hoy es Eje Central




Leyenda de amor y de venganza es la que ha dado el nombre a esta calle que merece ser conocida por lo dramática e interesante.

Esta leyenda nos cuenta, que en aquella época vivía un acaudalado caballero llamado Enrique de Verona, que con el paso del tiempo se había hecho de prestigio y fama debido a que era un excelente escultor. Había sido requerido para hacer trabajos en la Catedral de Toledo, en España; después hasta el mismísimo virrey don Francisco Hernández de la Cueva, le contrató para que realizara el altar de reyes en la Catedral de la Nueva España, donde también este hombre trabajador se hizo de fama y fortuna. Pero no solo le iba bien en su faceta de escultor, pues don Verona había dejado en su tierra esperando para contraer matrimonio a una hermosa mujer gaditana, quien iba todos los días sin falta al puerto a para ver si en cualquiera de los barcos venía su futuro marido; aparentemente este era el futuro que le esperaba al caballero, pero el destino hizo que todos estos acontecimientos dieran un giro inesperado a sus planes.
Don Verona ya tenía todo planeado para su regreso a España y desposarse con aquella mujer que lo aguardaba, pero sucede que a pocos días de hacer su largo viaje, un día al dar la vuelta en una esquina, se cruzara en su camino con una dama a la que se le había caído el pañuelo; y como todo caballero educado y cortés se acercó a levantarlo y a entregárselo en propia mano, los dos se miraron fijamente a los ojos, y la dama con una voz suave como la de un ángel le dio las gracias. Palabras, solo eso, pero aquellas palabras sumadas con la imponente belleza de la doncella, hicieron que el corazón de Verona diera vuelcos de emoción, eso solo significaba una cosa: amor.
Aquel agradecimiento retumbaba en su cabeza como si de un canto celestial se tratase; así se estuvo un largo rato pensando en aquella mujer, hasta que cayó a cuenta de que todavía le faltaba ultimar algunos detalles de su viajes, pues partía al día siguiente, entre ellos se encontraba un amigo al que casi no hacía caso, y le parecía una falta imperdonable no pasar a despedirse de él, pues a su cuidado había dejado un gatito para que nunca le faltara nada. Lo que buscaba el despistado Verona era disculparse ante sí mismo, y con el cambio que acababa de experimentar su joven corazón, iba a buscar mil y un pretextos para aplazar el momento de encontrarse con la gaditana.
No paso mucho tiempo para que el caballero conociera a aquella hermosa dama, quien llevaba por nombre Estela de Fuensalida y que también tuvo que dejar plantado a su prometido, un viejo platero llamado don Tristán de Valladares; ambos se enamoraron profundamente y tiempo después contrajeron matrimonio, pero en este caso no terminaría con “y vivieron felices para siempre”. La pobre gaditana se quedó esperando hasta que le salieron raíces, pero Valladares no haría lo mismo… lleno de rabia y despecho juró vengarse ¿Cómo lo hizo?
Transcurrió un año y la pareja tuvo a un hermoso niño, todo era paz y felicidad, hasta que una fría noche del año 1665 llegó el platero a la casa de la pareja, entrando sigilosamente por la barda trasera, como si de un gato se tratase prendió fuego a un pajar y acto seguido se lleva al niño.
Estela y su esposo se despiertan aturdidos en medio de fuego y llamas. La casa era todo un caos, los criados corrían de un lado a otro tratando de salvar sus vidas, la dama cae desmayada y gracias a los vecinos que ayudaron a extinguir el fuego, la familia se salva. Cuando la esposa de Verona se hubo repuesto y ya en la calle fuera de peligro, se percató de que su marido y su hijo no estaba con ella, los seres a los que más amaba en este mundo, una angustia horrible recorrió todo su cuerpo y arrodillada en el suelo gritaba desesperadamente llamándoles. Acto seguido su esposo acudió a ella, pero con el detalle de que faltaba su pequeño hijo, Estela desesperada entró a la casa todavía envuelta en llamas en busca de su pequeño y como buen marido, Verona estaba por impedírselo cuando en ese momento escuchó el llanto de un bebé, y en ese momento avistaron a un hombre que escondía un pequeño bulto; acto seguido don Enrique y otros se lanzaron sobre aquel hombre para quitarle al niño que traía en brazos, quien era nada menos que el platero Tristán. Después de estos acontecimientos, todo fue volviendo a la normalidad, pero aquel suceso que causo tanto escándalo en la Nueva España, quedaría en la memoria de los habitantes, pasando a llamar esta calle como “Niño Perdido”.

Desde entonces el vulgo llamó a esta calle del Niño Perdido pues la desolada madre gritaba, al no encontrarlo, “!Madre mía, devuélvanme al niño perdido¡”

martes, 10 de diciembre de 2013

Leyenda del Cerro de la silla, Monterrey




El Cerro de la Silla es el principal símbolo de la gran ciudad de Monterrey.

La Leyenda cuenta que el conquistador Alberto del Canto y sus acompañantes llegaron a estas tierras en el año 1577 y las llamaron "Valle de Extremadura", y al observar el enorme cerro, comentaron que su forma era similar a la de una silla de montar, es decir, una silla ecuestre.
Este cerro alcanza una altura de 1,575 metros sobre el nivel del mar, y la forma más impactante de admirar su belleza es a la entrada suroeste de la ciudad, cuando se maneja por la autopista Monterrey-Saltillo viniendo de oeste a este, al alcanzar la entrada al área metropolitana (en el municipio de Santa Catarina), de frente podrás admirar de frente este enorme cerro...Y realmente es muy hermoso.
Sus faldas están cubiertas con fraccionamientos que lo rodean por todos lados, pero sus formas tan verticales pudieron impedir la presencia de invasores y posesionarios; si lo observas desde un avión quedarás impactado por lo enorme de su tamaño y sus formas tan caprichosas...Es todo un espectáculo aterrizar en esta bella ciudad pues sus Montañas te reciben y te cobijan.

Fuente: http://www.minube.com.mx/rincon/cerro-de-la-silla-a21480

Leyenda del Cerro de Culiacán




El Cerro del Culiacán se encuentra al sur de Cortazar, saliendo de la ciudad rumbo a Salvatierra. Con su majestuosa forma piramidal, que cuenta con una altura de 2,834 mts. es uno de los puntos mas elevados del estado de Guanajuato.



Dice la leyenda que en tiempos de la colonia vivía una familia de nobles, con una hija muy bella; pero a la vez también vivía una familia de plebeyos en la cual habia un arrogante hijo del cual se enamoro la joven.
Al enterarse los padres de ello, decidieron no permitir ese matrimonio y optaron a separar a la hermosa joven de la región para evitar esos amores.
El joven que estaba perdidamente enamorado de ella y al sentir frustradas sus ilusiones, se impuso la penitencia de llevar un madero a la cumbre del cerro de Culiacán; en tal misión perdió la vida. Contaban los lugareños que ese es el origen de la tradicional Cruz de Culiacán.
Al enterarse la joven, también subió al cerro con las doncellas de su servicio, al llegar a la cumbre solo encontró la cruz, pidió a las muchachas que la acompañaran a bailar la danza alrededor de la cruz.
Así lo hizo cada año por el resto de su vida.
Cuando ella falto, las muchachas que le acompañaban siguieron haciéndolo dejándonos una tradición que hasta la fecha se realiza.




Fuente: http://www.cortazar.com.mx/elculiacan/

lunes, 2 de diciembre de 2013

Leyenda de Francisca la hechicera mestiza, Jalisco

Transcurría un templado día de febrero en el años de 1708 en La Villa de Santa María de los Lagos, Jalisco (Hoy conocida como Lagos de Moreno).

Francisca de Orozco, una joven mestiza, hija de un español y una india, ardía en deseos de vengarse de Doña San Juana de Isasi, una rica dama española, que la había humillado frente a la puerta del pequeño templo parroquial de la Asunción acusándola de asesinar con hechizos a una de sus criadas.

La mestiza aprendió los artes de la hechicería de su madre, y dentro de su humilde choza, de barro y paja, preparaba secretamente la pasión de Olololinque o Coatchique, mejor conocida como Hierba de la Culebra o Planta Sagrada. El uso de esta hierba había sido prohibido por la santa inquisición, acusándola de pertenecer al demonio, ya que sus semillas de color negrusco contenía una poderosa sustancia alucinógena. Por lo cual Francisca tenía especial cuidado en moler los nueve granos que esta vez utilizaría para sus fines.

Una vez preparado el brebaje, la hechicera mestiza se lo entregó a su cómplice, Mariana, una esclava africana que sufría también los maltratos de Doña San Juana, pues estaba a sus servicios haciéndose cargo de alimentarla.

La esclava mezcló el brebaje con la comida de su Señora, y con un simple bocado, San Juana empezó a arrojar espuma por la boca, a chorrear sangre del rostro, y a correr por toda la casa mencionando el nombre de Francisca Orozco, quien por fin había realizado su venganza. Y observaba desde el huerto, convertida en una enorme lechuza, se llevó el cuerpo muerto de San Juana, dejando atrás solo los ojos ensangrentados colgados en una rama.

Así la Santa Inquisición levantó un expediente, acusando a Francisca de Orozco de hechicería, por el uso de la hierba prohibida en contra se San Juana.


Fuente: http://mitosyleyendas.org.mx/leyenda-de-francisca-la-hechicera-mestiza/

La sirena de Zirahuén





Cuenta la leyenda que a la llegada de los españoles a Michoacán, luego de la caída de Tenochtitlan, uno de los conquistadores se enamoró de Eréndira, la bella hija de Tangaxoán, rey de los purépechas; la raptó y la escondió en un hermoso valle rodeado de montañas; ahí, sentada sobre una enorme roca, la princesa lloró desconsolada, y sus lágrimas formaron un gran lago. Desesperada y para escapar de su raptor, se arrojó al lago, en el cual, por un extraño hechizo se convirtió en sirena. Desde entonces, por su belleza, al lago se le llamó Zirahuén, que en purépecha significa espejo de los dioses.

Dicen los lugareños que la sirena aún vaga por el lago, y no falta quien asegure haberla visto. Dicen que en las primeras horas de la madrugada surge del fondo para encantar a los hombres y ahogarlos; y la culpan de la muerte de muchos pescadores, cuyos cuerpos sólo es posible localizar después de varios días de haberse ahogado. Hasta hace poco tiempo existía al borde del lago una gran piedra con forma de asiento en la que, se dice, lloró Eréndira. La leyenda está tan arraigada en el ánimo de los lugareños, que hasta hay una pequeña miscelánea llamada "La Sirena de Zirahuén", y es, por supuesto, la más famosa del pueblo.

Ciertamente todo esto es sólo una romántica historia nacida de la imaginación, pero al contemplar el hermoso lago de Zirahuén, es fácil entender que ante espectáculos tan magníficos el alma humana se llene de fantasías. Zirahuén es considerado como uno de los secretos mejor guardados de Michoacán, pues rodeado de lugares turísticos tan famosos como Pátzcuaro, Uruapan o Santa Clara del Cobre, se le considera un destino turístico secundario. Sin embargo, su extraordinaria belleza hace de él un sitio único, equiparable con los mejores del país.

Situado en la parte central de Michoacán, el lago de Zirahuén, junto con los de Pátzcuaro, Cuitzeo y Chapala, forma parte del sistema lacustre de este estado. Hay dos caminos para llegar a Zirahúen, el principal, pavimentado, sale de Pátzcuaro hacia Uruapan y a los 17 km se desvía hacia el sur 5 km hasta llegar al pueblo. El otro camino, menos transitado, es un empedrado de 7 km que sale de Santa Clara del Cobre, y que fue construido por los ejidatarios del lugar, quienes, para recuperar la inversión, cobran una módica cuota por transitarlo. Una señal inconfundible para localizar la entrada al camino en las afueras de Santa Clara, es un pintoresco busto de cobre del general Lázaro Cárdenas, profusamente decorado.

De forma cuadrangular, el lago tiene poco más de 4 km por lado, y una profundidad de unos 40 m en su parte central. Está situado en una pequeña cuenca cerrada, rodeada de altas montañas, por lo que sus riberas son muy escarpadas. Sólo en la parte norte se encuentra una pequeña planicie donde se ha establecido el pueblo de Zirahuén, que a su vez está rodeado de abruptos cerros.

El lago y el pueblo están enmarcados por densos bosques de pinos, encinos y madroños, los cuales están mejor preservados en las márgenes del ángulo suroeste, ya que es el más alejado de las poblaciones ribereñas. Esa parte es una de las más hermosas del lago, que aquí se adentra entre las altas e inclinadas laderas de las montañas circundantes, cubiertas de exuberante vegetación de aspecto selvático y forma una especie de cañón. El lugar es conocido como Rincón de Agua Verde, por el color que toman las aguas cristalinas del lago al reflejarse en ellas el espeso follaje de las riberas, y por los pigmentos vegetales disueltos en el agua debido a la descomposición de las hojas.

En esta aislada zona se han construido varias cabañas que se rentan, y son un sitio ideal para un retiro espiritual, y para entregarse a la contemplación y a la reflexión en medio de un paradisíaco entorno natural, donde sólo se escuchan el murmullo del viento entre los árboles y los suaves trinos de los pájaros.

Existen muchas veredas que atraviesan los bosques o bordean el lago, por lo que pueden hacer largos recorridos bajo la fragancia de los árboles, y observar la multitud de plantas que los parasitan, como las bromelias, que los lugareños llaman "gallitos", olas orquídeas de vivos colores, de cuyos néctares se alimentan los colibríes, y que son muy apreciadas para las festividades del Día de Muertos. Por las mañanas, una densa neblina se levanta del lago invadiendo el bosque, y la luz se filtra en haces a través de la bóveda vegetal, creando un juego de sombras y destellos de colores, mientras las hojas muertas caen balanceándose suavemente.

La principal vía de acceso a este lugar es por lancha, a través del lago. Hay un pequeño y pintoresco muelle desde el cual se puede nadar en las cristalinas aguas, que en esta área son muy profundas, a diferencia de la mayor parte de las riberas, que son lodosas, poco profundas y llenas de juncos y plantas acuáticas, que las hacen muy peligrosas para practicar la natación. En la parte central de la margen occidental se encuentra la ranchería de Copándaro; a la misma altura, a la orilla del lago, hay un exótico y rústico restaurante, profusamente adornado con flores, que tiene un muelle propio y forma parte del complejo turístico de Zirahuén.

El pueblo de Zirahuén se extiende a lo largo de la ribera norte del lago; dos muelles principales dan acceso a él: uno, muy corto, situado hacia su parte central, es el muelle popular, donde se abordan las lanchas particulares que traen a los visitantes o un pequeño yate de propiedad comunal. La entrada está rodeada por pequeños puestos de artesanías locales y varios restaurantes rústicos, algunos de ellos soportados por pilotes a la orilla del lago, propiedad de los pescadores y sus familias, donde se vende comida a precios módicos, incluyendo el caldo de pescado blanco, típico del lago de Zirahuén, que según se dice, es más sabroso que el de Pátzcuaro.

El otro muelle, hacia el extremo oriental del pueblo, es propiedad privada, y está formado por un largo espigón techado, que permite abordar los yates que hacen los recorridos turísticos por el lago. Hay además varias cabañas de madera y las oficinas desde donde se controla todo el complejo turístico de Zirahuén. Este complejo consta de las cabañas del Rincón de Agua Verde y el restaurante de la margen occidental, además un servicio que proporciona los implementos para practicar deportes acuáticos, como el esquí. Extrañamente, gran parte de las riberas del lago pertenecen a un solo dueño, quien se ha construido un sitio de descanso sobre la ribera sur, conocido como la "Casa Grande". Se trata de una enorme cabaña de madera, dedos pisos, que incluye salas donde se atesoran antiguas artesanías regionales, como lacas de Pátzcuaro elaboradas con las técnicas originales, y que actualmente se han descontinuado. En algunos recorridos turísticos se incluye una visita a este lugar.

Entre los dos muelles principales hay varios "muelles" pequeños, donde los pescadores amarran sus canoas, pero la mayoría prefiere encallarlas en las orillas. Resulta muy agradable pasearse por ahí y contemplar esas embarcaciones talladas de una sola pieza, ahuecando troncos de pino, que se impulsan con largos remos de palas redondeadas, y es muy emocionante navegar en ellas pues por su precario equilibrio es fácil que se vuelquen al menor movimiento de sus ocupantes. Es asombrosa la habilidad de los pescadores, sobre todo de los niños, para conducirlas remando de pie. Muchos pescadores viven en pequeñas chozas de madera a la orilla del lago, enmarcadas por hileras de altas garrochas de madera, sobre las que se cuelgan a secar las largas redes de pesca.

El pueblo está formado principalmente por casas bajas de adobe, enjarradas con charanda, la tierra rojiza característica de la región y que aquí es muy abundante en el Cerro Colorado que limita al pueblo hacia el este. La mayoría tiene techos de teja anaranjada, de dos aguas, y amplios patios interiores con portales adornados con floridos macetones. Alrededor y dentro de la población hay grandes huertas de aguacate, tejocote, manzano, higuera y membrillo, con cuyos frutos las familias elaboran conservas y golosinas. Al centro del pueblo se encuentra la parroquia, dedicada al Señor del Perdón, que conserva el estilo arquitectónico que prevalece en toda la región desde la llegada de los primeros misioneros. Tiene una amplia nave techada con una especie de bóveda de cañón con arcos de nervadura, hecha totalmente de madera, que demuestra una sorprendente y minuciosa técnica de ensamblaje. Sobre el vestíbulo hay un pequeño coro, al que se sube por una estrecha escalera de caracol. El techo exterior es de teja anaranjada, a dos aguas, y a la derecha del edificio hay una antigua torre de piedra, rematada con un campanario al que se sube por una escalera interior. El atrio es amplio y su barda tiene tres entradas enrejadas; por su apropiada situación los lugareños lo atraviesan a modo de atajo. Es, pues, frecuente ver pasar a las señoras ataviadas con los clásicos rebozos azules con rayas negras, estilo Pátzcuaro, muy usados en toda la región. Frente a la iglesia hay una pequeña plaza con un kiosco de cemento y una fuente de cantera. Algunas de las casas que la rodean tienen portales rústicos de teja, sostenidos por pilares de madera. Muchas calles están empedradas, y aún persiste la costumbre colonial de llamar "Calle Real" a la calle principal. Es común encontrar burros y vacas vagando tranquilamente por las calles, y por las tardes, las manadas de vacas atraviesan el pueblo rumbo a sus corrales, apresuradas por los vaqueros, que frecuentemente son niños. Es costumbre local bañar a los caballos a la orilla del lago, y que las mujeres laven la ropa en él. Desgraciadamente, el uso de detergentes y jabones con productos químicos muy tóxicos, están provocando una gran contaminación del lago, a lo que se suma la acumulación de desperdicios no biodegradables que son arrojados en las orillas por los visitantes y los lugareños. La ignorancia o negligencia para atender el problema, acabarán por destruir el lago y nadie parece tener interés en tomar medidas para evitarlo.

Un pez salta intempestivamente fuera del agua muy cerca de la orilla, rompiendo la quieta superficie del agua. A la distancia, una canoa se desliza velozmente partiendo las olas, que lanzan destellos dorados. Su silueta se recorta contra el brillante fondo del lago, teñido de violeta por el atardecer. Hace un rato que las urracas pasaron, como una negra nube parlanchina, hacia sus refugios nocturnos en las arboledas de las orillas. Cuentan los ancianos del pueblo que antes llegaban muchos patos migratorios, formando parvadas que ocupaban buena parte del lago, pero los ahuyentaron los cazadores, que constantemente los asediaban a balazos. Ahora es muy difícil verlos llegar por aquí. El remero apresura el paso para llegar a tierra antes de que oscurezca. Aunque hay un pequeño faro en el embarcadero central que sirve de guía a los pescadores en la noche, la mayoría prefiere llegar temprano a casa, "no vaya a ser que por ahí ande rondando la sirena".


Fuente: http://www.mexicodesconocido.com.mx/lago-de-zirahuen-espejo-de-los-dioses-michoacan.html

SI VA A ZIRAHUÉN

Tome la carretera número 14 de Morelia a Uruapan, pase Pátzcuaro y al llegar al pueblo de Ajuno desvíese a la izquierda y en unos minutos estará en Zirahuén.

Otra vía es de Pátzcuaro tomar hacia Villa Escalante y de allí sale un camino a Zirahuén. Por esta ruta son aproximadamente 21 km y por la otra un poco menos.

En cuanto a los servicios, en Zirahuén hay cabañas para rentar y lugares donde comer, pero si quiere algo más sofisticado en Pátzcuaro lo encontrará.

jueves, 28 de noviembre de 2013

La sirena de Zirahuén





Cuenta la leyenda que a la llegada de los españoles a Michoacán, luego de la caída de Tenochtitlan, uno de los conquistadores se enamoró de Eréndira, la bella hija de Tangaxoán, rey de los purépechas; la raptó y la escondió en un hermoso valle rodeado de montañas; ahí, sentada sobre una enorme roca, la princesa lloró desconsolada, y sus lágrimas formaron un gran lago. Desesperada y para escapar de su raptor, se arrojó al lago, en el cual, por un extraño hechizo se convirtió en sirena. Desde entonces, por su belleza, al lago se le llamó Zirahuén, que en purépecha significa espejo de los dioses.

Dicen los lugareños que la sirena aún vaga por el lago, y no falta quien asegure haberla visto. Dicen que en las primeras horas de la madrugada surge del fondo para encantar a los hombres y ahogarlos; y la culpan de la muerte de muchos pescadores, cuyos cuerpos sólo es posible localizar después de varios días de haberse ahogado. Hasta hace poco tiempo existía al borde del lago una gran piedra con forma de asiento en la que, se dice, lloró Eréndira. La leyenda está tan arraigada en el ánimo de los lugareños, que hasta hay una pequeña miscelánea llamada "La Sirena de Zirahuén", y es, por supuesto, la más famosa del pueblo.

Ciertamente todo esto es sólo una romántica historia nacida de la imaginación, pero al contemplar el hermoso lago de Zirahuén, es fácil entender que ante espectáculos tan magníficos el alma humana se llene de fantasías. Zirahuén es considerado como uno de los secretos mejor guardados de Michoacán, pues rodeado de lugares turísticos tan famosos como Pátzcuaro, Uruapan o Santa Clara del Cobre, se le considera un destino turístico secundario. Sin embargo, su extraordinaria belleza hace de él un sitio único, equiparable con los mejores del país.

Situado en la parte central de Michoacán, el lago de Zirahuén, junto con los de Pátzcuaro, Cuitzeo y Chapala, forma parte del sistema lacustre de este estado. Hay dos caminos para llegar a Zirahúen, el principal, pavimentado, sale de Pátzcuaro hacia Uruapan y a los 17 km se desvía hacia el sur 5 km hasta llegar al pueblo. El otro camino, menos transitado, es un empedrado de 7 km que sale de Santa Clara del Cobre, y que fue construido por los ejidatarios del lugar, quienes, para recuperar la inversión, cobran una módica cuota por transitarlo. Una señal inconfundible para localizar la entrada al camino en las afueras de Santa Clara, es un pintoresco busto de cobre del general Lázaro Cárdenas, profusamente decorado.

De forma cuadrangular, el lago tiene poco más de 4 km por lado, y una profundidad de unos 40 m en su parte central. Está situado en una pequeña cuenca cerrada, rodeada de altas montañas, por lo que sus riberas son muy escarpadas. Sólo en la parte norte se encuentra una pequeña planicie donde se ha establecido el pueblo de Zirahuén, que a su vez está rodeado de abruptos cerros.

El lago y el pueblo están enmarcados por densos bosques de pinos, encinos y madroños, los cuales están mejor preservados en las márgenes del ángulo suroeste, ya que es el más alejado de las poblaciones ribereñas. Esa parte es una de las más hermosas del lago, que aquí se adentra entre las altas e inclinadas laderas de las montañas circundantes, cubiertas de exuberante vegetación de aspecto selvático y forma una especie de cañón. El lugar es conocido como Rincón de Agua Verde, por el color que toman las aguas cristalinas del lago al reflejarse en ellas el espeso follaje de las riberas, y por los pigmentos vegetales disueltos en el agua debido a la descomposición de las hojas.

En esta aislada zona se han construido varias cabañas que se rentan, y son un sitio ideal para un retiro espiritual, y para entregarse a la contemplación y a la reflexión en medio de un paradisíaco entorno natural, donde sólo se escuchan el murmullo del viento entre los árboles y los suaves trinos de los pájaros.

Existen muchas veredas que atraviesan los bosques o bordean el lago, por lo que pueden hacer largos recorridos bajo la fragancia de los árboles, y observar la multitud de plantas que los parasitan, como las bromelias, que los lugareños llaman "gallitos", olas orquídeas de vivos colores, de cuyos néctares se alimentan los colibríes, y que son muy apreciadas para las festividades del Día de Muertos. Por las mañanas, una densa neblina se levanta del lago invadiendo el bosque, y la luz se filtra en haces a través de la bóveda vegetal, creando un juego de sombras y destellos de colores, mientras las hojas muertas caen balanceándose suavemente.

La principal vía de acceso a este lugar es por lancha, a través del lago. Hay un pequeño y pintoresco muelle desde el cual se puede nadar en las cristalinas aguas, que en esta área son muy profundas, a diferencia de la mayor parte de las riberas, que son lodosas, poco profundas y llenas de juncos y plantas acuáticas, que las hacen muy peligrosas para practicar la natación. En la parte central de la margen occidental se encuentra la ranchería de Copándaro; a la misma altura, a la orilla del lago, hay un exótico y rústico restaurante, profusamente adornado con flores, que tiene un muelle propio y forma parte del complejo turístico de Zirahuén.

El pueblo de Zirahuén se extiende a lo largo de la ribera norte del lago; dos muelles principales dan acceso a él: uno, muy corto, situado hacia su parte central, es el muelle popular, donde se abordan las lanchas particulares que traen a los visitantes o un pequeño yate de propiedad comunal. La entrada está rodeada por pequeños puestos de artesanías locales y varios restaurantes rústicos, algunos de ellos soportados por pilotes a la orilla del lago, propiedad de los pescadores y sus familias, donde se vende comida a precios módicos, incluyendo el caldo de pescado blanco, típico del lago de Zirahuén, que según se dice, es más sabroso que el de Pátzcuaro.

El otro muelle, hacia el extremo oriental del pueblo, es propiedad privada, y está formado por un largo espigón techado, que permite abordar los yates que hacen los recorridos turísticos por el lago. Hay además varias cabañas de madera y las oficinas desde donde se controla todo el complejo turístico de Zirahuén. Este complejo consta de las cabañas del Rincón de Agua Verde y el restaurante de la margen occidental, además un servicio que proporciona los implementos para practicar deportes acuáticos, como el esquí. Extrañamente, gran parte de las riberas del lago pertenecen a un solo dueño, quien se ha construido un sitio de descanso sobre la ribera sur, conocido como la "Casa Grande". Se trata de una enorme cabaña de madera, dedos pisos, que incluye salas donde se atesoran antiguas artesanías regionales, como lacas de Pátzcuaro elaboradas con las técnicas originales, y que actualmente se han descontinuado. En algunos recorridos turísticos se incluye una visita a este lugar.

Entre los dos muelles principales hay varios "muelles" pequeños, donde los pescadores amarran sus canoas, pero la mayoría prefiere encallarlas en las orillas. Resulta muy agradable pasearse por ahí y contemplar esas embarcaciones talladas de una sola pieza, ahuecando troncos de pino, que se impulsan con largos remos de palas redondeadas, y es muy emocionante navegar en ellas pues por su precario equilibrio es fácil que se vuelquen al menor movimiento de sus ocupantes. Es asombrosa la habilidad de los pescadores, sobre todo de los niños, para conducirlas remando de pie. Muchos pescadores viven en pequeñas chozas de madera a la orilla del lago, enmarcadas por hileras de altas garrochas de madera, sobre las que se cuelgan a secar las largas redes de pesca.

El pueblo está formado principalmente por casas bajas de adobe, enjarradas con charanda, la tierra rojiza característica de la región y que aquí es muy abundante en el Cerro Colorado que limita al pueblo hacia el este. La mayoría tiene techos de teja anaranjada, de dos aguas, y amplios patios interiores con portales adornados con floridos macetones. Alrededor y dentro de la población hay grandes huertas de aguacate, tejocote, manzano, higuera y membrillo, con cuyos frutos las familias elaboran conservas y golosinas. Al centro del pueblo se encuentra la parroquia, dedicada al Señor del Perdón, que conserva el estilo arquitectónico que prevalece en toda la región desde la llegada de los primeros misioneros. Tiene una amplia nave techada con una especie de bóveda de cañón con arcos de nervadura, hecha totalmente de madera, que demuestra una sorprendente y minuciosa técnica de ensamblaje. Sobre el vestíbulo hay un pequeño coro, al que se sube por una estrecha escalera de caracol. El techo exterior es de teja anaranjada, a dos aguas, y a la derecha del edificio hay una antigua torre de piedra, rematada con un campanario al que se sube por una escalera interior. El atrio es amplio y su barda tiene tres entradas enrejadas; por su apropiada situación los lugareños lo atraviesan a modo de atajo. Es, pues, frecuente ver pasar a las señoras ataviadas con los clásicos rebozos azules con rayas negras, estilo Pátzcuaro, muy usados en toda la región. Frente a la iglesia hay una pequeña plaza con un kiosco de cemento y una fuente de cantera. Algunas de las casas que la rodean tienen portales rústicos de teja, sostenidos por pilares de madera. Muchas calles están empedradas, y aún persiste la costumbre colonial de llamar "Calle Real" a la calle principal. Es común encontrar burros y vacas vagando tranquilamente por las calles, y por las tardes, las manadas de vacas atraviesan el pueblo rumbo a sus corrales, apresuradas por los vaqueros, que frecuentemente son niños. Es costumbre local bañar a los caballos a la orilla del lago, y que las mujeres laven la ropa en él. Desgraciadamente, el uso de detergentes y jabones con productos químicos muy tóxicos, están provocando una gran contaminación del lago, a lo que se suma la acumulación de desperdicios no biodegradables que son arrojados en las orillas por los visitantes y los lugareños. La ignorancia o negligencia para atender el problema, acabarán por destruir el lago y nadie parece tener interés en tomar medidas para evitarlo.

Un pez salta intempestivamente fuera del agua muy cerca de la orilla, rompiendo la quieta superficie del agua. A la distancia, una canoa se desliza velozmente partiendo las olas, que lanzan destellos dorados. Su silueta se recorta contra el brillante fondo del lago, teñido de violeta por el atardecer. Hace un rato que las urracas pasaron, como una negra nube parlanchina, hacia sus refugios nocturnos en las arboledas de las orillas. Cuentan los ancianos del pueblo que antes llegaban muchos patos migratorios, formando parvadas que ocupaban buena parte del lago, pero los ahuyentaron los cazadores, que constantemente los asediaban a balazos. Ahora es muy difícil verlos llegar por aquí. El remero apresura el paso para llegar a tierra antes de que oscurezca. Aunque hay un pequeño faro en el embarcadero central que sirve de guía a los pescadores en la noche, la mayoría prefiere llegar temprano a casa, "no vaya a ser que por ahí ande rondando la sirena".


Fuente: http://www.mexicodesconocido.com.mx/lago-de-zirahuen-espejo-de-los-dioses-michoacan.html

SI VA A ZIRAHUÉN

Tome la carretera número 14 de Morelia a Uruapan, pase Pátzcuaro y al llegar al pueblo de Ajuno desvíese a la izquierda y en unos minutos estará en Zirahuén.

Otra vía es de Pátzcuaro tomar hacia Villa Escalante y de allí sale un camino a Zirahuén. Por esta ruta son aproximadamente 21 km y por la otra un poco menos.

En cuanto a los servicios, en Zirahuén hay cabañas para rentar y lugares donde comer, pero si quiere algo más sofisticado en Pátzcuaro lo encontrará.

La Mulata de Córdoba

Es una leyenda colonial mexicana basada en un caso que sucedió en el siglo XVI cuando la Santa Inquisición acusó de hechicería a una joven y bella mulata y cuyo expediente completo se encuentra en el fondo Inquisición en este Archivo General de la Nación. Sobre esta leyenda existen muchas versiones de las cuales, la que aquí se presenta, aparece en el libro Cuentos de espantos y aparecidos, publicado en México por ediciones Huracán en 1984 y se trata de una versión de Francisco Serrano e inspirada en textos del historiador Luis González Obregón (1865-1938) y del poeta Xavier Villaurrutia (1903-1950).
Cuenta la leyenda que hace más de dos siglos vivió en la ciudad de Córdoba, en el estado de Veracruz, una hermosa mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de los años.
La llamaban la Mulata y era famosa como abogada de casos imposibles: las muchachas sin novio; los obreros sin trabajo, los médicos sin enfermos, los abogados sin clientes, los militares retirados, todos acudían a ella, y a todos la Mulata los dejaba contentos y satisfechos.
Los hombres, prendados de su hermosura, se disputaban la conquista de su corazón. Pero ella a nadie correspondía, a todos desdeñaba. La gente comentaba los poderes de la Mulata y decía que era una bruja, una hechicera.

Algunos aseguraban que la habían visto volar por los tejados, y que sus ojos negros despedían miradas satánicas mientras sonreía con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.
Otros contaban que la Mulata había pactado con el Diablo y que lo recibía en su casa; decía que si se pasaba a media noche frente a la casa de la bruja, se veía una luz siniestra salir por las rendijas de las ventanas y las puertas, un luz infernal, como si por dentro un poderoso incendio devorara las habitaciones. La fama de aquella mujer era inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en muchos lugares de México su nombre era repetido de boca en boca.
Hace tiempo, mucho tiempo que vive en la vecindad al lado de la plazuela.

¿En verdad? ¡No es cierto! Nunca la hemos encontrado en el patio, en el zaguán. Ni en la calle, ni en la iglesia ni tampoco en el mercado:

¡Luego ella no es de este barrio, luego llegó de repente!

En Córdoba ¡desde cuándo apareció de improviso!...
Nadie sabe cuánto duró la fama de la Mulata. Lo que sí se asegura es que, un día, de la villa de Córdoba fue llevada presa a las sombrías cárceles del Tribunal de la Inquisición, en la ciudad de México, acusada de brujería y satanismo.
La mañana del día en que iba a ser ejecutada, el carcelero entró en el calabozo de la Mulata y se quedó sorprendido al contemplar en una de las paredes de la celda el casco de un barco dibujado con carbón por la hechicera, quien sonriendo le preguntó:
- Buen día, carcelero; ¿podrías decirme qué le falta a este navío?
- ¡Desgraciada mujer! - contestó el carcelero-. Si te arrepintieras de tus faltas no estaría a punto de morir.

- Anda, dime, ¿qué le falta a este navío?, - insistió la Mulata.
- ¿Por qué me lo preguntas? Le falta el mástil.
- Si eso le falta, eso tendrá - respondió enigmáticamente la Mulata.
El carcelero, sin comprender lo que pasaba, se retiró con el corazón confundido.
Al mediodía, el carcelero volvió a entrar en el calabozo de la Mulata y contempló maravillado el barco dibujado en la pared.
- Carcelero, ¿qué le falta a este navío? - preguntó la Mulata.
- Infortunada mujer- le replicó el desconcertado carcelero-. Si quisieras salvar tu alma de las llamas del infierno, le ahorrarías a la Santa Inquisición que te juzgara. ¿Qué pretendes?... A ese navío le faltan las velas.
- Si eso le falta, eso tendrá- respondió la Mulata.
Y el carcelero se retiró, intrigado de que aquella misteriosa mujer sus últimas horas dibujando, sin temor de la muerte.
A la hora del crepúsculo, que era el tiempo fijado para la ejecución, el carcelero entró por tercera vez en el calabozo de la Mulata, y ella, sonriente, le preguntó
- ¿Qué le falta a mi navío?...
- Desdichada mujer, -respondió el carcelero-, pon tu alma en las manos de Dios Nuestro Señor y arrepiéntete de tus pecados. ¡A ese barco lo único que le falta es que navegue! ¡Es perfecto!
- Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, navegará, y muy lejos...
- ¡Cómo! ¿A ver?
- Así -dijo la Mulata, y ligera como el viento, saltó al barco; éste, despacio al principio y después rápido y a toda vela, desapareció con la hermosa mujer por uno de los rincones del calabozo.
El carcelero se quedó mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, los cabellos de punta y la boca abierta.
Nadie volvió a saber de la Mulata;
Se supone que está con el demonio.
Quien les crea a los cuentos de hechiceras
Que pruebe a pintar barcos en los muros.



Fuente: http://www.agn.gob.mx/menuprincipal/ninosagn/jovenesagn/leyendas/leyenda02.html

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La Leyenda del Cerro del Dashi

Leyenda de Hidalgo




Cuenta la leyenda que en el Cerro del Dashí, se encontraba una cueva, en la que según cuentan, moraban ahí las almas en pena que cuando vivieron se notaron por su crueldad, avaricia, explotadores y enemigos de Dios.
Cerca de ahí se encontraba una anciana pastora, de nombre Pomposa, en una ocasión escuchó que la llamaron, tan distraída estaba recogiendo leños, que no hizo caso, la llamaron más fuerte y entonces volvió su mirada a la enorme cueva donde se encontraba la figura de Don Luis, éste la invito a que se acercara. Al tenerlo cerca, se hizo para atrás, pues sabía que Don Luis había muerto unos veinte años atrás. “Ven - le decía -, acá adentro tengo mucho dinero que te lo regalaré para que ya no trabajes, también allá adentro tengo muchos de mis amigos como: Don Margarito Rosales, Don Enrique Mendoza, Don Bernabé Márquez, Doña Juanita García, en fin, a todos nosotros nos serviste mucho y ahora queremos recompensarte”, para entonces la anciana ya se había introducido y efectivamente en el interior había más gente rica, pero toda ya se había muerto, Pomposa logró reaccionar, dio media vuelta y corrió a la salida al tiempo que se encomendaba a Dios..

El árbol de la cruz

Leyenda de Querétaro




En lugar de flores brotan espinas en forma de cruz…
Cuenta la leyenda que esta particular planta, perteneciente a la familia de las mimosas, es la única en el mundo que en lugar de flores le brotan espinas, las que le dan forma casi perfecta de una cruz.
En junio de 1697 Fray Antonio Márgil de Jesús, uno de los primeros franciscanos que trabajó en la evangelización de los indígenas de Mesoamérica, al llegar de misionar y trayendo el bastón en que se apoyaba en sus largas caminatas, clavó dicho bastón en los prados del ahora jardín.
Al pasar el tiempo el bastón empezó a retoñar y a producir ramas con espinas en forma de cruces y creció hasta convertirse en el árbol que hoy puede verse con la rareza de que no produce ni flor ni fruto, sino solamente hojas diminutas que al llegar el inverno se secan.
El Padre Márgil de Jesús evangelizó durante 14 años Costa Rica, Honduras, El Salvador y Nicaragua , así como la selva Lacandona (Chiapas); lugares donde se consideraba que pudiera haber brotado una planta similar, a pesar de que es propia de tierras áridas.
Este famoso árbol de las cruces, se ubica en un pequeño jardín interior del Convento de la Santa Cruz de los Milagros, fundado en el año de 1654 como símbolo inequívoco del nacimiento de la Ciudad de Querétaro.
Fue el 15 de Agosto de 1683 cuando fundaron en el convento el primer Colegio Apostólico de propaganda FIDE de América, desde donde los misiones partían a tierras lejanas, como Texas, Alta California, Nicaragua y Honduras, para cumplir con su misión Evangelizadora.

Fuente: http://kingpakal.wordpress.com/2008/02/08/leyenda-de-queretaro-%E2%80%9Cel-arbol-de-la-cruz%E2%80%9D/

martes, 26 de noviembre de 2013

La Leyenda del Murciélago

Leyenda tradicional mexicana - Oaxaca)








Cuenta la leyenda que el  murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación.
El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda).
Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.
Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo.
Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.
Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.
Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.
Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio.
Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió.

Fuente: http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/narrativa/leyendas/murci%C3%A9lago.asp

La China Poblana








Cuenta la leyenda, que durante la colonia en México, el virrey de la Nueva España, Marques de Gálvez, hizo traer desde Filipinas a una esclava para su servicio personal. El nombre de esta niña era Mirra, hija de un rey mogol, que había tenido que dejar su ciudad y buscar refugio, pero poco después fue raptada en la India por unos piratas portugueses traficantes de esclavos y llevada a Cochin, al sur de este país. Aquí pudo escapar de sus raptores y se refugió en una Misión Jesuita, donde fue acogida y bautizada con el nombre de Catarina de San Juan. Desafortunadamente para Mirra, años más tarde los piratas la encontraron y la raptaron nuevamente, llevándola con ellos a Manila, donde la vendieron al mercader quien la llevó a la Nueva España. Sin embargo, al desembarcar en el puerto de Acapulco, se duce que el mercader encontró un mejor postor, quien le ofreció diez veces el precio ofrecido por el Virrey. Otros dicen que cumplió un pedido anterior. Se trataba del poblano Miguel de Sosa, quien la llevó a Puebla para su servicio.

El matrimonio de Miguel de Sosa no tenía hijos y adoptaron a Catarina como hija, pero no perdió su condición de esclava. En ese entonces se usaba decirle a la servidumbre femenina “china” por lo que así es como la gente le llamaba. Sin embargo, aprendió a hablar el idioma español, aprendió a confeccionar, a cocinar, pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Vestía al estilo que utilizaba en su tierra natal y fue esto parte del origen de la leyenda, el vestido de “La China Poblana”.

A pocos años de su llegada, Miguel de Sosa murió y dejó indicaciones en su testamento de dejar en libertad a Catarina, pero no heredó, por lo que se fue acogida por el clérigo Pedro Suárez. Se dice que poco después comenzó a tener visiones de la Virgen María y el Niño Jesús. Decía que jugaba al escondite con el niño Jesús y que podía ver a los ángeles. En un principio se consideró que estaba perdiendo la cordura, pero con el paso del tiempo, la gente comenzó a respetarla y hasta a ser venerada. Comenzó a ser vista como una profetisa por mucha gente, incluyendo al obispo y a los sacristanes de la Compañía de Jesús.

el 5 de Enero de 1688 fallece, a la edad de 82 años. Mucha gente acudió a su velorio. Fue sepultada en la sacristía de la Compañía de Jesús donde aún se conservan sus restos.


Fuente: http://www.masconpuebla.com/Leyendas.html#anchor_42

lunes, 25 de noviembre de 2013

Fundación de Puebla





Cuenta la leyenda que Fray Julián Garcés, primer Obispo de Puebla al estar haciendo oración quedó dormido en el reclinatorio, tuvo un sueño en las vísperas de las fiestas de honor al arcángel San Miguel en el que vio una frondosa y hermosa campiña atravesada por un cristalino río, que aumentaba su caudal con los manantiales que brotaban de la fértil tierra, y cuando contemplaba esta maravilla de la naturaleza, descendieron del cielo unos ángeles, los cuales con unos cordeles hicieron el trazo de la población.

Al despertar de tan hermoso sueño reconstruyó todo lo que había soñado y se sintió poseído de una revelación divina, y después de que celebró misa, llevó a los religiosos del convento de San Francisco para comunicarles la buena nueva.
Pidió que los acompañaran a buscar tan hermoso lugar, después de que habían caminado 5 leguas se detuvo y dijo: "Este es el lugar que me mostró el Señor donde quiere que se funde la ciudad"

Fuente: http://www.corazondepuebla.com.mx/leyendas.html

El Callejón del Beso





Se cuenta que Doña Carmen era hija única de su padre intransigente y violento, pero como suele suceder, siempre triunfa el amor por infortunado que este sea. Doña Carmen era acortejada por su galán Don Luis, en un templo cercano al hogar de la doncella, primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita. Al ser descubierta sobrevivieron al encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con el que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Doña Brígida lloraron e imploraron juntas. Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que Doña Brígida llevaría una carta a Don Luis con la nefasta nueva.
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.
Si lograra entrar a la casa frontera podría hablar con su amada, y entre los dos, encontrar una solución a su problema. Preguntó quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.
El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis enmudeció de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más fría. Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.
El lugar existe y es sin duda uno de los más típicos de la ciudad de Guanajuato, y precisamente se le llama El Callejón del Beso.

jueves, 31 de octubre de 2013

El armado

Allá a principios del Siglo XVI los habitantes de la Capital de la Nueva España veían salir a este hombre misterioso del rumbo del Callejón de Illescas, que hoy es Calle de Pedro Ascencio. Callado, mustio, si acaso saludando con un: "Vaya usted con Dios" o "Santas y buenas tardes tenga su merced", o "Dios Guarde a su Persona", se perdía entre las sombras del callejón de Los Gallos, cruzaba los pantanosos llanos y llegaba a Corpus Christi. De allí siempre con su paso lento, se llegaba hasta las puertas del Convento de San Francisco y penetrando con resolución se iba a postrar de hinojos ante el altar y capilla del Señor de Burgos.
 Grandes y prolongados gemidos escapaban de su pecho, gruesos goterones de llanto resbalaban por entre la rejilla de hierro de su celada y en un tintinear de espadas y armadura, se inclinaba hasta besar el suelo siete veces.
 Allí permanecía orando, gimiendo y pidiendo perdón sin que nadie osara acercarse para enterarse qué clase de culpas solicitaba expiar. Después, se levantaba y continuaba su camino hasta hallar otra iglesia en donde penetraba para repetir sus lloros y sus oraciones.
 Primero los transeúntes lo miraban con miedo, con ojos interrogantes y después con respeto y lástima, pues se decía que era un penitente que arrepentido de sus graves culpas, andaba de la Capilla del Señor de Burgos hasta cuantos altares le era permitido el tiempo, hasta llegada la medianoche en que se le veía alejarse recorriendo los callejones de Arsinas, de los Betlhemistas, de La Celada, de los Sepulcros, de Santo Domingo y de los Monasterios, para perderse como ya se dijo, por el rumbo del callejón de Illescas.
 Sin duda alguna se trataba de un caballero, a juzgar por la ropa que vestía, negra toda, de seda y astracán, de asfodelo y paños cubierto este atuendo con la pesada armadura que portaba, su espada en la que todos reconocieron como hoja de hidalgo caballero y un puñal de izquierda o de misericordia, pues en un duelo a estoque jamás se remata al rival cuando ya agoniza, sino que se le remata con este puñal misericordioso que llega a cortar la vida de una vez.
 Así, año tras año y noche tras noche, se veía cruzar callejones y plazuelas, entrar al templo y sollozar a los pies del Señor de Burgos, a este caballero misterioso a quien se llegó a conocer como "El Armado".
 Servíale una mujer enteca y fría, que sólo salía para comprar lo indispensable para el alimento diario y para escuchar misa en la iglesia de la Concepción, pero jamás se interrogó a esta sirvienta ni se supo el nombre ni la alcurnia de su amo "El Armado". Las gentes decían que se trataba de un conocido caballero que malo había sido en su juventud y que había violado damas y engañado esposos, que había maltratado indios y engañado a encomenderos y en fin, que llevó una vida crapulosa de la cual estaba arrepentido y purgaba sus culpas pidiendo perdón en capillas y conventos.
 Al fin, un día, cuando la vieja enteca y fría salió a comprar hogaza de pan y vino, descubrió que su amo pendía colgado de uno de los balcones de la casa, casa magnífica, de piedra y cantera, con grandes balcones enrejados.
 Corrió la vieja de un lado a otro llamando a la Justicia y a poco se presentaban alguaciles y corchetes.
 Se descolgó el cuerpo de "El Armado" y se vió a través de la celada un rostro enjuto, lloroso y triste todavía.
 En la empuñadura de su espada de caballero estaba enlazada solo una palabra "paz" y dos estrellas. En el interior de su casa, que era todo lujo y brillantez, se hallaron grandes y pesadas talegas llenas de oro y plata, cofres con joyas y objetos de arte y cuanto puede tener para ostentación y lujo un gran señor, cuyo nombre escapó a la acuciosa investigación y oidores y alguaciles.
 Y cuentan que años después y aún a principios de siglo, algunas gentes que pasaban a deshoras de la noche podían ver a "El Armado", colgado de los hierros de aquella casona ya ruinosa y quienes con valor se acercaban, escuchaban sus gemidos y veían que por entre la rejilla de la celada, resbalaban lágrimas de pena.
 No se supo el nombre y el vulgó bautizó a ese callejón como "El Callejón de el Armado", en memoria de aquel suceso espeluznante.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

Edit. EDAMEX

El puente del clerigo






Allá por el año de 1649 en que ocurre esta verídica historia que los años trasformaron en macabra leyenda, el sitio en que tuvieron lugar estos hechos consignados en las antiguas crónicas eran simplemente unos llanos en los que se levantaban unas cuantas casucas formando parte de la antigua parcialidad de Santiago Tlatelolco; sin embargo cruzando apenas la acequia llamada de Texontlali, cuyas aguas zarcas iban a desembocar a la laguna (junto al mercado de La Lagunilla siglos después), había unas casas de muy buena factura en una de las cuales y cruzando el puente que sobre la dicha acequia existía fabricado de mampostería con un arco de medio punto y alta balaustrada, vivía un religioso llamado don Juan de Nava, que oficiaba en el templo de Santa Catarina. Este sacerdote tenía una sobrina a su cuidado, muy linda, muy de buen ver y en edad en que se sueña con un marido, llamada doña Margarita Jáuregui.
 El tercer personaje de esta increíble, pero verídica historia que aparece a fojas 231 de las memorias de Fray Marcos López y Rueda, que fuera obispo de Yucatán y Virrey provisional de la Nueva España, lo fue un caballero y portugués de muy buena presencia y malas maneras llamado don Duarte de Zarraza.
 Por decirse de familia ilustre el galán portugués asistía a los saraos y fiestas virreinales y como doña Margarita Jáuregui, por haber sido hija de afortunado caballero también tenía acceso a los salones palaciegos, cierta vez se conocieron en una de esas fiestas.
 Conocer a tan hermosa dama y comenzar a enamorarla fue todo uno para el enamoradizo portugués, que indagó y fue hasta la casa del fraile situada al cruzar el puente de la acequia antes mencionada. Sus requiebros, su presencia frecuente, sus regalos y sus cartas encendidas pronto inflamaron el pecho de doña Margarita Jáuregui que estaba en el mero punto de edad para el casorio, por lo que pronto accedió a los requerimientos amorosos del portugués.
 Pero don Fray Juan de Nava también indagó muchas cosas de don Duarte de Zarraza y supo que allá en su tierra además de haber dejado muchas deudas, también abandonó a dos mujeres con sus respectivos vástagos, que aquí en la capital de la Nueva España llevaba una vida disipada y silenciosa y que vivía en la casa gaya y se exhibía con las descocadas barraganas. Además tenía varias queridas en encontrados rumbos de la ciudad y andaba en amoríos con diez doncellas.
 Por todos estos motivos, el cura Juan de Nava prohibió terminantemente a su sobrina que aceptara los amores del porfiado portugués, pero ni doña Margarita ni don Duarte hicieron caso de las advertencias del clérigo y continuaron con sus amoríos a espaldas del ensotanado tío.
 Dos veces el cura Juan de Nava habló con el llamado Duarte de Zarraza ya en tono violento prohibiéndole que se acercara tan solo a su casa o al puente de la acequia de Tezontlali, pero en contestación recibió una blasfemia, burlas y altanería de parte del de Portugal.
 Y tanto se opuso el sacerdote a esos amores y tantas veces reprendió a la sobrina y a Zarraza, que este decidió quitar del medio al clérigo, porque según dijo, nadie podía oponerse a sus deseos.
 Siguiendo al pie de la letra añejas y desleídas crónicas, sabemos que el perverso portugués decidió matar al clérigo precisamente el 3 de abril de ese año de 1649 y al efecto se fue a decirle a doña Margarita Jáuregui, que ya que su tío-tutor no los dejaría casarse, deberían huir para desposarse en La Puebla de los Angeles. La bella mujer convino en seguir al galán burlando la voluntad del cura.
 El día señalado estaba conversando por la ventana de la casa a eso de la caída de la tarde, cuando Duarte de Zarraza vio venir al cura, acercarse al puente sobre la acequia de Texontlali y sin decirle nada a Margarita, se alejó del balcón y corrió hacia el puente.
 No se sabe lo que dijeron, mejor dicho discutieron clérigo y portugués, pero de pronto, Duarte de Zarraza sacó un puñal en cuyo pomo aparecía grabado el escudo de su casa portuguesa y clavó de un golpe furioso en el cráneo al cura
 El cura cayó herido de muerte y el portugués lo arrastró unos cuantos pasos y lo arrojó a las aguas lodosas de la acequia por encima de la balaustrada del puente.
 Como era de muchos conocida la oposición del clérigo a sus amoríos con Margarita su sobrina, Duarte de Zarraza decidió ocultarse primero y después huir a Veracruz, en donde permaneció cerca de un año.
 Pasado ese tiempo, el portugués regresó a la capital de la Nueva españa y decidió ir a ver a Margarita Jáuregui, para pedirle que huyera con él, ya que estaba muerto el cura su tío.
 Esperó la noche y se encaminó hacia el rumbo norte, por el lado de Tlatelolco...
Llegó al puente de la acequia, pero no pudo pasarlo, de hecho jamás llegó a cruzarlo vivo. Al día siguiente viandantes mañaneros lo descubrieron muerto, horriblemente desfigurado el rostro por una mueca de espanto, como espanto sufrieron los descubridores, ya que don Duarte de Zarraza yacía estrangulado por un horrible esqueleto cubierto por una sotana hecha jirones, manchada de limo, de lodo y agua pestilente. Las manos descarnadas de aquél muerto, en el cual se identificó en el acto al clérigo don Juan de Nava, estaban pegadas al cuello de Zarraza, mientras brillaba a los primeros rayos del sol de la mañana, la hoja de un puñal que estaba hendiendo su mondo cráneo y en cuyo pomo aparecía el escudo de la casa de Zarraza.
 No había duda, el clérigo había salido de su tumba pantanosa en la que permaneció todo el tiempo que el portugués estuvo ausente y al volver a la ciudad emergió para vengarse.
 Esto dicen las crónicas, esto contó años más tarde la leyenda y por eso, al puente sin nombre y a la calle que se formó andando el tiempo, se le conoció por muchos años, como la calle del Puente del Clérigo, hoy conocida por 7a., y 8a., de Allende dando como referencia el antiguo callejón del Carrizo.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

Edit. EDAMEX

lunes, 14 de octubre de 2013

El señor del rebozo

A mediados del Siglo XVI funcionaba ya como convento Dominico, el edificio situado a espaldas del que fuera templo de Santa Catalina de Siena, ubicado en la calle de su nombre hoy República Argentina. Fundado por ayuda pecuniaria de tres mujeres sumamente religiosas y ricas conocidas por "Las Felipas", este convento recibía la ayuda de casas y encomiendas y rentas producto de una especie de fideicomiso de estas Felipas y así comenzó a recibir monjas que se acogían a la advocación de Santa Catalina de Siena.
 En el Templo que como se dice y se sabe, daba a la hoy calle de la República Argentina, estaba entrando a la derecha, un Cristo de madera, esculpido por anónimo escultor, uno de tantos imagineros que dejó para siempre su arte religioso sin que se recuerde su nombre. Era un Cristo de mirada triste, de palidez mortal, con grandes llagas sangrantes y una corona de espinas cuyas puntas parecían clavarse en la carne, la madera que asimismo escurría sangre. Daba lástima esta triste figura del Señor colocada a la entrada del templo, con su cuerpo llagado, flácido y apenas cubierto con un trozo de túnica morada.
 Tal vez este triste aspecto del Cristo cargando la Cruz fue lo que motivó a una monja que llegó como novicia bajo el nombre de Severa de Gracida y Alvarez y que más tarde adoptara al profesar, el de Sor Severa de Santo Domingo. Pues bien esta monja, cada vez que iba a misa al templo de Santa Catalina, se detenía para murmurar un par de oraciones al Señor cargado con tan pesada cruz al grado de que cada día lo advertía más agobiado, más triste, más sangrante.
 Pasaban los años y a medida que la monja Sor Severa de Santo Domingo solía pasar más tiempo ante el Cristo, mayor era su devoción, mayor su pena y más grande la fe que profesaba al hijo de Dios.
 Así pasaron los años, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo vieja, enferma, cansada, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez.
 Una noche ululaba el viento, se metía por las rendijas, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejos y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y la noche se hacía insoportable.
 -!Jesús.. Cristo mío! -gritó la monja con voz casi inaudible, pero llena de dolor, tratando de abandonar su lecho de enferma-, dejádme que cubra vuestro enjuto y aterido cuerpo... venid a mi señor, y mostráos ante esta pecadora que sólo ha sabido amarte y adorarte en religiosa reverencia.
 Arreció el vendabal...
 Y lo insólito de esta historia ocurrió entonces. Llamaron quedamente a la puerta de la celda de la enferma monja y ésta con muchos trabajos se levantó y abrió, para encontrarse ante la figura triste de un mendigo, casi desnudo, que parecía implorar pan y abrigo.
 La monja tomó un mendrugo, un trozo de la hogaza que no había tocado y le ofreció el pan mojado en aceite, agua y sacando de su ropero un chal, un rebozo de lana, cubrió el aterido cuerpo del mendigo.
 Terminado de hacer esto, el cuerpo de la monja se estremeció, lanzó un profundo suspiro y falleció.
 Al día siguiente hallaron su cuerpo yerto, pero oloroso a santidad, a rosas, con una beatífica sonrisa en su rostro marchitado por los años y la enfermedad.
 Y allá en el templo de Santa Catalina de Siena, cubriendo el enjuto y sangrante cuerpo del Señor con la cruz a cuestas, el rebozo o chal de la vieja monja.
 Desde entonces y considerado esto como un milagro, un acto inexplicable, las religiosas y los fieles bautizaron a esta imagen como "El Señor del Rebozo" y este cristo estuvo muchos años expuesto a la veneración de los feligreses, hasta la exclaustración de las monjas y cuando el gobierno cedió este hermoso y legendario templo, primero para templo protestante y después para biblioteca.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

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El callejón del muerto





Corría el año de 1600 y a la capital de la Nueva España continuaban llegando mercaderes, aventureros y no pocos felones, gentes de rompe y razga que venían al Nuevo Mundo con el fin de enriquecerse como lo habían hecho los conquistadores. Uno de esos hombres que llegaba a la capital de la Nueva España con el fin de dedicarse al comercio, fue don Tristán de Alzúcer que tenía un negocio de víveres y géneros en las Islas Filipinas, pero ya por falta de buen negocio o por querer abrirle buen camino en la capital a su hijo del mismo nombre, arribó cierto día de aquél año a la ciudad.
 Después de recorrer algunos barrios de la antigua Tenochtitlán don Tristán de Alzúcer se fue a radicar en una casa de medianía allá por el rumbo de Tlaltelolco y allí mismo instaló su comercio que atendía con la ayuda de su hijo, un recio mocetón de buen talante y alegre carácter.
 Tenía este don Tristán de Alzúcer a un buen amigo y consejero, en la persona de su ilustrísima, el Arzobispo don Fray García de Santa María Mendoza, quien solía visitarlo en su comercio para conversar de las cosas de Las Filipinas y la tierra hispana, pues eran nacidos en el mismo pueblo. Allí platicaban al sabor de un buen vino y de los relatos que de las islas del Pacífico contaba el comerciante.
 Todo iba viento en popa en el comercio que el tal don Tristán decidió ampliar y darle variedad, para lo cual envió a su joven hijo a la Villa Rica de la Vera Cruz y a las costas malsanas de la región de más al Sureste.
 Quiso la mala suerte que enfermara Tristán chico y llegara a tal grado su enfermedad que se temió por su vida. Así lo dijeron los mensajeros que informaron a don Tristán que era imposible trasladar al enfermo en el estado en que se hallaba y que sería cosa de medicinas adecuadas y de un milagro, para que el joven enfermo de salvara.
 Henchido de dolor por la enfermedad de su hijo y temiendo que muriese, don Tristán de Alzúcer se arrodilló ante la imagen de la Virgen y prometió ir caminando hasta el santuario del cerrito si su hijo se aliviaba y podía regresar a su lado.
 Semanas más tarde el muchacho entraba a la casa de su padre, pálido, convalesciente, pero vivo y su padre feliz lo estrechó entre sus brazos.
 Vinieron tiempos de bonanza, el comercio caminaba con la atención esmerada de padre e hijo y con esto, don Tristán se olvidó de su promesa, aunque de cuando en cuando, sobre todo por las noches en que contaba y recontaba sus ganancias, una especie de remordimiento le invadía el alma al recordar la promesa hecha a la Virgen.
 Al fin un día envolvió cuidadosamente un par de botellas de buen vino y se fue a visitar a su amigo y consejero el Arzobispo García de Santa María Mendoza, para hablarle de sus remordimientos, de la falta de cumplimeinto a la promesa hecha a la Virgen de lo que sería conveniente hacer, ya que de todos modos le había dado las gracias a la Virgen rezando por el alivio de su v&aacutestago.
 -Bastará con eso, -dijo el prelado-, si habéis rezado a la Virgen dándole las gracias, pienso que no hay necesidad de cumplir lo prometido.
 Don Tristán de Alzúcer salió de la casa arzobispal muy complacido, volvió a su casa, al trabajo y al olvido de aquella promesa de la cual lo había relevado el Arzobispo.
 Más he aquí que un día, apenas amanecida la mañana, el Arzobispo Fray García de Santana María Mendoza iba por la calle de La Misericordia, cuando se topó a su viejo amigo don Tristán de Alzúcer, que p&aacutelido, ojeroso, cadavérico y con una túnica blanca que lo envolvía, caminaba rezando con una vela encendida en la mano derecha, mientras su enflaquecida siniestra descansaba sobre su pecho.
 El Arzobispo le reconoció enseguida, y aunque estaba más p&aacutelido y delgado que la última vez que se habían visto, se acercó para preguntarle.
 - A dónde váis a estas horas, amigo Tristán Alzúcer?
 - A cumplir con la promesa de ir a darle gracias a la Virgen-, respondió con voz cascada, hueca y tenebrosa, el comerciante llegado de las Filipinas.
 No dijo más y el prelado lo miró extrañado de pagar la manda, aun cuando él lo había relevado de tal obligación .
 Esa noche el Arzobispo decidió ir a visitar a su amigo, para pedirle que le explicara el motivo por el cual había decidido ir a pagar la manda hasta el santuario de la Virgen en el lejano cerrito y lo encontró tendido, muerto, acostado entre cuatro cirios, mientras su joven hijo Tristán lloraba ante el cadáver con gran pena.
 Con mucho asombro el prelado vio que el sudario con que habían envuelto al muerto, era idéntico al que le viera vestir esa mañana y que la vela que sostenían sus agarrotados dedos, también era la misma.
 -Mi padre murió al amanecer -dijo el hijo entre lloros y gemidos dolorosos-, pero antes dijo que debía pagar no sé qué promesa a la Virgen.
 Esto acabó de comprobar al Arzobispo, que don Tristan Alzúcer estaba muerto ya cuando dijo haberlo encontrado por la calle de la Misericordia.
 En el ánimo del prelado se prendió la duda, la culpa de que aquella alma hubiese vuelto al mundo para pagar una promesa que él le había dicho que no era necesario cumplir.
 Pasaron los años...
 Tristán el hijo de aquel muerto llegado de las Filipinas se casó y se marchó de la Nueva España hacia la Nueva Galicia. Pero el alma de su padre continuó hasta terminado el siglo, deambulando con una vela encendida, cubierto con el sudario amarillento y carcomido.
 Desde aquél entonces, el vulgo llamó a la calleja de esta historia, El Callejón del Muerto, es la misma que andando el tiempo fuera bautizada como calle República Dominicana.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

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lunes, 7 de octubre de 2013

El fantasma de la monja






Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajan nombres auténticos y acontecimientos, no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una invención producto de las mentes de aquél siglo. Si acaso se adornan los hechos con giros literarios y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas causas ya tomó patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este cuento aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones.
 Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardínes de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello. Tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa noctural, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo.
 Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando llegaba ya la abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más osada, ya aquella horrible visión se había esfumado.
 Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron rezos ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión macabra se alejara de la santa casa, llegando a decir en ese entonces en que aún no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, que todo era una visión colectiva, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro de las religiosas.
 Más una cruel verdad se ocultaba en la fantasmal aparición de aquella monja ahorcada, colgada del durazno y se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construído en la Capital de la Nueva España, (apenas 22 años después de consumada la Conquista y no debe confundirse convento de monjas-mujeres con monasterio de monjes-hombres), y por lo tanto el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.
 Vivían pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil, Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la historia como doña María de Alvarado.
 Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había provocado en doña María trató de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje.
 A tales amoríos se opusieron los hermanos Avila, sobre todo el llamado Alonso de Avila, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese en amoríos con su hermana.
 -Nada podeís hacer si ella me ama -dijo cínicamente el tal Arrutia-, pues el corazón de vuestra hermana ha tiempo es mío; podéis oponeros cuanto queráis, que nada lograréis.
 Molesto don Alonso de Avila se fue a su casa de la esquina antes dicha y que siglos después se llamara del Relox y Escalerillas respectivamente y habló con su hermano Gil a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar en un duelo al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alonso pensando mejor las cosas, dijo que el tal sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento. Pensando mejor las cosas decidieron reunir un buen monto de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital de la Nueva España, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.
 Cuéntase que el metizo aceptó y sin decir adiós a la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos Avila, sus hermanos según dice la historia.
 Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a la querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencer a doña María para que entrara de novicia a un convento. Escogieron al de la Concepción y tras de reunir otra fuerte suma como dote, la fueron a enclaustrar diciéndole que el mestizo motivo de su amor y de sus cuitas jamás regresaría a su lado, pues sabían de buena fuente que había muerto.
 Sin mucha voluntad doña María entró como novicia al citado convento, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos, angelus y maitines. Por las noches, en la soledad tremenda de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y sólo pensaba en aquel mestizo que la había sorbido hasta los tuétanos y sembrado de deseos su corazón.
 Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Avila.
 Cogió un cordón y lo trenzó con otro para hacerlo más fuerte, a pesar de que su cuerpo a causa de la pasión y los ayunos se había hecho frágil y pálido. Se hincó ante el crucificado a quien pidió perdón por no poder llegar a desposarse al profesar y se fue a la huerta del convento y a la fuente.
 Ató la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer y al amado mestizo por abandonarlo en este mundo.
 Se lanzó hacia abajo.... Sus pies golpearon el brocal de la fuente.
 Y allí quedó basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento.
 Al día siguiente la madre portera que fue a revisar los gruesos picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando, muerta.
 El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado ese misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquél drama amoroso.
 Sin embargo, un mes después, una de las novicias vió la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol.
 Tal parecía que un terrible sino, el más trágico perseguía a esta familia, vástagos los tres de doña Leonor Alvarado y de don Gil González Benavides, pues ahorcada doña María de Alvarado en la forma que antes queda dicha, sus dos hermanos Gil y Alonso de Avila se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por don Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura fueron encarcelados los hermanos Avila, juzgados sumariamente y sentenciados a muerte.
 El 16 de julio de 1566 montados en cabalgaduras vergonzantes, humillados y vilipendiados, los dos hermanos Avila, Gil y Alonso fueron conducidos al patíbulo en donde fueron degollados. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los dos Avila, su casa fue destruída y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

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La calle de la Quemada






Muchas de las calles, puentes y callejones de la capital de la Nueva España tomaron sus nombres debido a sucesos ocurridos en las mismas, a los templos o conventos que en ellas se establecieron o por haber vivido y tenido sus casas personajes y caballeros famosos, capitanes y gentes de alcurnia. La calle de La Quemada, que hoy lleva el nombre de 5a. Calle de Jesús María y según nos cuenta esta dramática leyenda, tomó precisamente ese nombre en virtud a lo que ocurrió a mediados del Siglo XVI.
 Cuéntase que en esos días regía los destinos de la Nueva España don Luis de Velasco I., (después fue virrey su hijo del mismo nombre, 40 años más tarde), que vino a reemplazar al virrey don Antonio de Mendoza enviado al Perú con el mismo cargo. Por esa misma fecha vivían en una amplia y bien fabricada casona don Gonzalo Espinosa de Guevara con su hija Beatriz, ambos españoles llegados de la Villa de Illescas, trayendo gran fortuna que el caballero hispano acrecentó aquí con negocios, minas y encomiendas. Y dícese en viejas crónicas desleídas por los siglos, que si grande era la riqueza de don Gonzalo, mucho mayor era la hermosura de su hija. Veinte años de edad, cuerpo de graciosas formas, ojos glaucos, rostro hermoso y de una blancura de azucena, enmarcado en abundante y sedosa cabellera bruna que le caía por los hombros y formaba una cascada hasta la espalda de fina curvadura.
 Asegurábase en ese entonces que su grandiosa hermosura corría pareja con su alma toda bondad y toda dulzura, pues gustaba de amparar a los enfermos, curar a los apestados y socorrer a los humildes por los cuales llegó a despojarse de sus valiosas joyas en plena calle, para dejarlas en esas manos temblorosas y cloróticas.
 Con todas estas cualidades, de belleza, alma generosa y noble cuna a lo cual se sumaba la inmensa fortuna de su padre, lógico es pensar que no le faltaron galanes que comenzaron a requerirla en amores para posteriormente solicitarla como esposa. Muchos caballeros y nobles galanes desfilaron ante la casa de doña Beatríz, sin que esta aceptara a ninguno de ellos, por más que todos ellos eran buenos partidos para efectuar un ventajoso matrimonio.
 Por fin llegó aquel caballero a quien el destino le había deparado como esposo, en la persona de don Martín de Scópoli, Marqués de Piamonte y Franteschelo, apuesto caballero italiano que se prendó de inmediato de la hispana y comenzó a amarla no con tiento y discreción, sino con abierta locura.
 Y fue tal el enamoramiento del marqués de Piamonte, que plantado en mitad de la calleja en donde estaba la casa de doña Beatríz o cerca del convento de Jesús María, se oponía al paso de cualquier caballero que tratara de transitar cerca de la casa de su amada. Por este motivo no faltaron altivos caballeros que contestaron con hombría la impertinencia del italiano, saliendo a relucir las espadas. Muchas veces bajo la luz de la luna y frente al balcón de doña Beatriz, se cruzaron los aceros del Marqués de Piamonte y los demás enamorados, habiendo resultado vencedor el italiano.
 Al amanecer, cuando pasaba la ronda por esa calle, siempre hallaba a un caballero muerto, herido o agonizante a causa de las heridas que produjera la hoja toledana del señor de Piamonte. Así, uno tras otro iban cayendo los posibles esposos de la hermosa dama de la Villa de Illescas.
 Doña Beatriz, que amaba ya intensamente a don Martín, por su presencia y galanura, por las frases ardientes de amor que le había dirigido y las esquelas respetuosas que le hizo llegar por manos y conducto de su ama, supo lo de tanta sangre corrida por su culpa y se llenó de pena y de angustia y de dolor por los hombres muertos y por la conducta celosa que observaba el de Piamonte.
 Una noche, después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, vírgen mártir que se sacó los ojos, tomó una terrible decisión tendiente a lograr que don Martín de Scúpoli marqués de Piamonte y Franteschelo dejara de amarla para siempre.
 Al dia siguiente, después de arreglar ciertos asuntos que no quiso dejar pendientes, como su ayuda a los pobres y medicinas y alimentos que debían entregarse periódicamente a los pobres y conventos, despidió a toda la servidumbre, después de ver que su padre salía con rumbo a la Casa del Factor.
 LLevó hasta su alcoba un brasero, colocó carbón y le puso fuego. Las brasas pronto reverberaron en la estancia, el calor en el anafre se hizo intenso y entonces, sin dejar de invocar a Santa Lucía y pronunciando entre lloros el nombre de don Martín, se puso de rodillas y clavó con decisión, su hermoso rostro sobre el brasero.
 Crepitaron las brasas, un olor a carne quemada se esparció por la alcoba antes olorosa a jazmín y almendras y después de unos minutos, doña Beatriz pegó un grito espantoso y cayó desmayada junto al anafre.
 Quiso Dios y la suerte que acertara a pasar por allí el fraile mercedario Fray Marcos de Jesús y Gracia, quien por ser confesor de doña Beatriz entró corriendo a la casona después de escuchar el grito tan agudo y doloroso.
 Encontró a doña Beatriz aún en el piso, la levantó con gran cuidado y quiso colocarle hierbas y vinagre sobre el rostro quemado, al mismo tiempo que le preguntaba qué le había ocurrido.
 Y doña Beatriz que no mentía y menos a Fray Marcos de Jesús y Gracia que era su confesor, le explicó los motivos que tuvo para llevar al cabo tan horrendo castigo. Terminando por decirle al mercedario que esperaba que ya con el rostro horrible, don Martín el de Piamonte no la celaría, dejar&iacuta; de amarla y los duelos en la calleja terminarían para siempre.
 El religioso fue en busca de don Martín y le explicó lo sucedido, esperando también que la reacción del italiano fuera en el sentido en que doña Beatriz había pensado, pero no fue así. El caballero italiano se fue de prisa a la casa de doña Beatriz su amada, a quien halló sentada en un sillón sobre un cojín de terciopelo carmesí, su rostro cubierto con un velo negro que ya estaba manchado de sangre y carne negra.
 Con sumo cuidado le descubrió el rostro a su amada y al hacerlo no retrocedió horrorizado, se quedó atónito, apenado, mirando la cara hermosa y blanca de doña Beatriz, horriblemente quemada. Bajo sus antes arqueadas y pobladas cejas, había dos agujeros con los párpados chamuscados, sus mejillas sonrosadas, eran cráteres abiertos por donde escurría sanguaza y los labios antes bellos, carnosos, dignos de un beso apasionado, eran una rendija que formaban una mueca horrible.
 Con este sacrificio, doña Beatriz pensó que don Martín iba a rechazarla, a despreciarla como esposa, pero no fue así. El marqués de Piamonte se arrodilló ante ella y le dijo con frases en las que campeaba la ternura:
 -Ah, doña Beatriz, yo os amo no por vuestra belleza física, sino por vuestras cualidades morales, sóis buena y generosa, sóis noble y vuestra alma es grande...
 El llanto cortó estas palabras y ambos lloraron de amor y de ternura.
 -En cuanto regrese vuestro padre, os pediré para esposa, si es que vos me amáis. Terminó diciendo el caballero.
 La boda de doña Beatriz y el marqués de Piamonte se celebró en el templo de La Profesa y fue el acontecimiento más sensacional de aquellos tiempos. Don Gonzalo de Espinosa y Guevara gastó gran fortuna en los festejos y por su parte el marqués de Piamonte regaló a la novia vestidos, alhajas y mobiliario traídos desde Italia.
 Claro está que doña Beatriz al llegar ante el altar se cubría el rostro con un tupido velo blanco, para evitar la insana curiosidad de la gente y cada vez que salía a la calle, sola al cercano templo a escuchar misa o acompañada del esposo, lo hacía con el rostro cubierto por un velo negro.
 A partir de entonces, la calle se llamó Calle de la Quemada, en memoria de este acontecimiento que ya en cuento o en leyenda, han repetido varios autores, siendo estos datos los auténticos y que obran en polvosos documentos.
 

Fuente: Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja

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