viernes, 31 de enero de 2014
Leyenda del Pipila, Guanajuato
Pípila es la palabra que en el lenguaje coloquial mexicano se emplea para designar a los pájaros, especialmente cuando se habla con niños. Por caso y por asemejarse su rostro al de un pavo o guajalote es que a Juan José de los Reyes Martínez Amaro, uno de los más destacados insurgentes que participó muy activamente en la Guerra por la Independencia de México, se lo apodó de ese modo…
Amaro era oriundo de Guanajuato, donde nació un 3 de enero del año 1782. Durante su juventud comenzó a trabajar en una mina como barretero y con el tiempo se convertiría en supervisor de barreteros.
Cuando en México comienzan a aparecer las primeras manifestaciones de independencia, Pípila, se suma a la cruzada a favor de la autonomía de su patria y entonces se alista en las filas de uno de los líderes de la revolución, el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla. En tanto, participaría en una de las confrontaciones más sangrientas en este sentido, entre realistas e independentistas, como fue la toma de la Alhóndiga de Granaditas.
Según cuenta la leyenda, Pípila, habría sido quien se ofreció a derribar la puerta de la fortaleza de Alhóndiga en la cual se atesoraban granos para tiempos de escasez. La única manera de ingresar era derribando la mencionada puerta y entonces, Pípila, se colocó una losa en la espalda y a pesar de la balacera a la cual fue sometido se abrió paso con mucha valentía y decisión y quemó la puerta. De esta manera la Alhóndiga fue tomada por los insurgentes.
Sin lugar a dudas, esta acción comprometida y heroica para con la causa lo convirtieron en uno de los héroes máximos de la misma. Desde ese hecho y cada vez que se lo demandó estuvo cerca del bando insurgente para poder completar el objetivo último de la independencia de México.
Su fallecimiento se produce el 26 de julio del año 1863, se cree que habría sido como consecuencia de los gases y el polvo que aspiró en las minas durante tantos años.
desde Quien.net: http://www.quien.net/el-pipila.php#ixzz2faeJCJPR
Leyenda de La Tarasca, Sonora
la mina encantada (Sonora)
Por: Alejandra Platt
Una leyenda, de la que se habla ya desde 1850 en una obra del historiador José I. Velazco, menciona que entre Guaymas y Hermosillo, en la sierra de La Palma “...se habla de una mina de la que se dice ser muy rica en oro y que se llama Tarasca...”
Dice la tradición que en 1580 los españoles, en su avance expedicionario por las tierras del norte, atacaron a los pueblos yaquis con el propósito de someterlos. Desconociendo los soldados hispanos el orgullo y la bravura de estos indios, les declararon la guerra, trabándose un feroz combate que terminó en derrota para los invasores, quienes se vieron forzados a huir. Sin embargo, dos soldados -hermanos entre sí- se desligaron de la tropa y se dirigieron hacia el norte. Así fue como llegaron a la sierra de La Palma, cerca de Guaymas, y prosiguieron al norte por esta mañana, evitando a los feroces seris. En su camino se toparon con los pimas, con los cuales entraron en confianza y los instruyeron en cosas desconocidas para ellos, hasta que fueron admitidos. Se supone que estos pimas trabajaban una mina de oro, conocida hoy como La Pima, situada en un profundo cañón. Pero los españoles, en sus andanzas por aquellos lugares, descubrieron La Tarasca al explorar la veta hacia el sur, ya fuera del cañón. A estos hermanos se debe el nombre de “La Tarasca”.Una leyenda, de la que se habla ya desde 1850 en una obra del historiador José I. Velazco, menciona que entre Guaymas y Hermosillo, en la sierra de La Palma “...se habla de una mina de la que se dice ser muy rica en oro y que se llama Tarasca...”
Por otra parte, en el libroLa maravillosa Tarasca y el prodigioso tesoro de Tayopa, editado por el Gobierno del Estado de Sonora, del escritor Alfonso López Riesgo, se puede leer:
Guiándome por un documento de los yaquis me dirigí al rancho La Palma, situado a 48 km al sur de Hermosillo por la carretera internacional.
De aquí tomé un camino al suroeste y a unos cuantos kilómetros enfilamos al sur, dejando La Pintada a mi derecha. Después de algo así como 12 o 15 km hice un alto en virtud de que una cerca me impidió continuar. Dejé el vehículo y proseguí a pie con la intención de localizar dos cerritos, en uno de los cuales presumiblemente se encuentra la veta.
Arribé a un valle, con rumbo al este alcancé a ver dos prominencias que parecían responder a mis requerimientos, no era ese el lugar pero de todas maneras hice un descubrimiento: topé con unos cerros cortados verticalmente. En las proximidades encontré algunos pedernales de piedra ónix que los antiguos usaban en sus flechas. Al llegar al reliz observé una preciosa tinaja de agua a la que llegué por un estrecho corredor de tres metros de ancho, formado por el propio cerro. Es posible que su nombre sea el de La Tinaja del Carmen, mencionada en algunos “derroteros” de La Tarasca. A juzgar por los pedernales que encontramos, los indios visitaban este aguaje y merodeaban esa área de la región.
A mi regreso tomé otro sendero dispuesto a terminar con la exploración por ese día, pero al transitar por un camino pedregoso, en el plano, topé con un arroyo con vestigios de que en épocas pasadas era más caudaloso y que en sus riberas hubo un campamento indígena. Vi manos de metate, piedras para machacar y otros artículos por el estilo. Analizando con cuidado, llegué a la conclusión de que se trataba de un campamento de indios pimas y que no podía ser otro que el mencionado por la leyenda. Luego del descubrimiento, y atenido al documento indígena, escruté el sur con los binoculares con la feliz circunstancia de que, a lo lejos, observé un “cañón fragoso”·, como lo describe el referido documento. En ese cañón se encuentra La Pima, mina de la que habló el Chapo Coyote, indio yaqui. Y más allá, al salir del cañón, está La Tarasca. Con este hallazgo di por terminadas mis investigaciones respecto a la famosa mina, sabiendo que nada quedaba por hacer.
El Chapo Coyote, por allá de 1954, platicaba que: “cuando nosotros estábamos alzados íbamos a una mina cada tanto tiempo para sacar oro y comprar armas y parque. A unos nos tocaba vigilar arriba de los cerros y otros bajaban para sacarlo”. Asimismo, indicó que la mina estaba situada en un “cañón muy fragoso” por el rumbo de La Pintada. “Ve al aguaje de La Pintada y fíjate muy bien en las ramas. Vas a ver algunas que están trozadas aunque hayan vuelto a brotar. Es que nosotros teníamos una vereda donde bajábamos al agua. Síguela hasta llegar a lo más alto de la sierra. Volteas al otro lado y sigues caminando tratando de mirar un cañón hondo. Ya metido en el terreno lo tienes que encontrar. Cuando así sea lo sigues, tienes que caminar rumbo al sur como si fueras para Guaymas. Vete fijando arriba y donde veas dos relices juntos párate y fíjate abajo. Tienes que ver una piedra muy grande. Dale vuelta y vas a ver, buscando, la boca de una mina. No creas que es fácil porque el cañón es muy enredoso pero, si haces lo que te digo, vas a dar con ella”.
El 10 de septiembre de 1998 pude entrevistar al señor Alfonso López Riesgo, autor del mencionado libro, donde vienen innumerables cuentos e historias sobre minas y tesoros escondidos. Llegamos a su casa y nos sentamos a platicar con él, saboreando un delicioso café de talega típico de la región. Lo primero que le pregunté fue si era cierta la leyenda de la mina La Tarasca. Inmediatamente me respondió: “¡Por supuesto que sí! Tengo años localizando esta impresionante veta y he descubierto que no es una sola mina sino que son muchos kilómetros de veta. Aproximadamente a 20 km de Guaymas hacen erupción unas rocas con matices rojizos, donde se inicia la veta de La Tarasca. Estos tonos se prolongan hacia el sur hasta perderse gradualmente, y reaparecen hacia el este, donde chocan con unas estribaciones que vienen de esta misma dirección, vuelven a desaparecer, y aparecen de nuevo en La Colorada, mina que fue explotada en el siglo pasado. De La Colorada la veta toma el rumbo hacia San Miguel de Horcasitas, o sea hacia el norte, y se pueden ver partes en las que se manifiesta el oro libre, puro y rico.
“En el cerro de La Labor, en una ocasión, me tocó viajar con uno de mis yernos, y nos fijamos en una chuparrosa petrificada en un árbol. Cuando me acerqué a ella, por curiosidad, me di cuenta de que en esa área existía el color rojizo de las rocas vistas con anterioridad. Estaba claro que ahí había oro; tomé unas muestras para revisarlas y, efectivamente, el resultado fue positivo. Según mis cálculos esta veta pertenece a la de La Tarasca, y mide un pie y medio.
“En el cerro de El Carrizo, enfrente de San Miguel, donde también estuve, sigue la veta de La Tarasca. En una ocasión se raspó el cerro y se descubrió roca rojiza, sólo que la veta se vuelve a enterrar hacia el norte. Allí descubrí un placer (placer es la veta de oro, libre de impurezas), e hice un denuncio por 100 hectáreas, que algún día explotaré.
“En todas estas partes han descubierto muchas minas de oro; una de ellas es La Sultana donde estoy seguro acaba la veta de La Tarasca. Esta veta tiene un largo recorrido, desde Guaymas hasta San Miguel de Horcasitas. Todo esto que te platico han sido más de veinte años de viajar por todos estos rumbos, pero te puedo asegurar que esta mina no es una leyenda, es algo muy pero muy real”.
Para mayor ilustración he tomado la siguiente información, consignada en el libroMéxico y sus Progresos, editado alrededor del año 1908.
Del Distrito de Hermosillo, Minas Prietas es sin duda el mineral más grandioso, y así lo comprueba la alta importancia que en distintas épocas ha tenido.
Su historia alcanza edades muy remotas, pues tiene contacto con las lejanas etapas virreinales, en la que señala el descubrimiento de estas soberbias riquezas.
Perdidas en las medias de un misterioso pasado, se encuentra una mina maravillosa que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de “La Tarasca”, de las épocas ancianas y añejas crónicas se dice que era buriosamente rica.
Siguiendo todos estos escritos acerca de la famosa mina, visité el rancho de La Palma y sus alrededores, y así pude ver todo lo que describió Alfonso López Riesgo. Sólo que dar con La Tarasca fue algo difícil.
Visité también la mina Ubardo, ya en ruinas. Siguiendo la información de López Riesgo sobre la veta de oro, me topé con Orencio Balderrama, minero por muchos años, quien conoce toda la región; él me condujo a San José de Moradillas donde, según se dice, sigue la veta; pero esta mina es de grafito (mineral que sólo se encuentra en el estado de Sonora), y es precisamente en esa área donde se han localizado trazos de La Tarasca y descubierto pepitas de oro.
En el hoy abandonado pueblo de Moradillas había, en su época de auge, escuela, hospital, casas de los dueños de la mina, casas de los trabajadores y un camino muy bueno.
Para llegar a este lugar hay que salir de Hermosillo por la carretera que va a La Colorada, a 53 km, donde existe una enorme mina de oro, explotada por una firma muy importante; seguimos 18 km más y nos encontramos con el rancho El Aygame. Luego, hacia la derecha, recorremos 26 km de terracería y llegamos a este bonito pueblo con construcciones al estilo norteamericano, sólo que en ruinas.
SI USTED VA A LA MINA TARASCA
Saliendo de Hermosillo por la carretera núm. 15 que va a Guaymas, al llegar al poblado de La Palma de vuelta a la izquierda, con rumbo a El Pilar. La mina de La Tarasca se encuentra cerca de la población de El Pilar, aunque su veta va desde Guaymas hasta San Miguel de Horcasitas.
Fuente: México desconocido No. 267 / mayo 1999
jueves, 23 de enero de 2014
La Leyenda del Mechudo, La Paz
Leyendas: La Leyenda del Mechudo, tal como fue publicada en un diario del S. XIX
La Paz, B. C. S. México
La Leyenda del Mechudo Existe un hermoso rincón llamado Punta Mechudo, Baja California Sur, sus vastos paisajes impactan la púpila, pero detrás de este bello ensueño se esconde una historia que parece de pesadilla, quzás sea un motivo de mayor peso, quizás no...
En 1897, en un pequeño periódico de Baja California Sur, en México, apareció publicada en primera plana la siguiente historia:
A 40 millas del puerto de La Paz, a 50 millas al frente de la isla de San Francisquito, junto a la de San José, hay una montaña que bañan las aguas del mar. Situada entre los 24° 42’ 30” (24 grados, 42 minutos, 30 segundos) de la latitud norte y 110° 40’ (110 grados 40 minutos) de longitud oeste, que desde tiempos muy remotos es conocida con el nombre de "El Mechudo". (Quizá el cálculo de las distancias no sea tan preciso, pero en un mapa actual encontramos la isla de San José y la de San Francisco, al norte de La Paz, en coordenadas cercanas, pero diferentes las que se mencionan en el artículo de 1897).
Uno de los buzos más antiguos de las costas de California, cuenta que cuando se descubrieron los criaderos de perla en la Baja California y que él todavía no venía al mundo, los yaquis (Yaqui = indígena de la región) eran libres de efectuar la pesca de perla. Construían como ahora (en el año de 1897, fecha en en aquella época el buzo se untaba el cuerpo con grasa, se ataba el estómago con un soyate (especie de soga) y llevaba una estaca de palo en la mano, para defenderse de la ballena, bufeo (delfín), cachalote, tiburón, tintorera, pez espada y otros terribles animales que abundan en aquel lugar (como se ve, hace más de cien años, cuando se recogió esta leyenda, se tenían por peligrosos a animales que hoy consideramos amigables, como el delfín).
Una vez que los buzos se preparaban de la forma antes mencionada se arrojaban al fondo del mar, llegando cada buzo a sacar en unas cuantas horas 300 o más conchas. Los yaquis tenían la costumbre de ofrecer a la Virgen la última perla que sacasen en su faena o jornada, lo que hacían devota y rigurosamente todos los días.
Unos de tantos yaquis, al terminar su tarea, sin duda por darse aires de descreído o valeroso, antes de arrojarse al agua a buscar la perla que le tocaba a la Virgen, “dijo que iba por ella para regalársela al diablo”... Dicen las crónicas que aquel desdichado no volvió a salir del fondo del mar y que sus compañeros huyeron despavoridos y comentando el resultado de aquella terrible blasfemia.
Desde entonces, según cuentan los lugareños, en ocasiones, sobre todo antes de salir el sol, muchas de las embarcaciones que por allí pasan, han visto emerger del agua a un individuo de larguísima melena, pero al pretender acercarse a verlo de cerca, éste vuelve a sumergirse. Con el paso del tiempo los yaquis fueron abandonando aquel fecundo criadero de perlas, pero la leyenda ya está creada y en la región el nombre de “El Mechudo” cada vez es más conocido, respetado y hasta temido..."
Así concluye la historia publicada en aquel periodico.... Y cierto o no, pero aun hoy en día aquel lugar inspira cierto temor a quienes conocen el cuento, pues la naturaleza ha dotado a aquella costa de desnudas e imponentes rocas, siempre batidas para el chapoteo de las aguas, ruido que aunnado a una neblina caprichosa, da al lugar un ambiente
...siniestro que se quiera o no, ocasiona cierto miedo, temor y hasta pavor a quienes antes de salir el sol se atreven a navegar por esas aguas...!
Fuente: https://es-la.facebook.com/note.php?note_id=185587184819895&comments
La leyenda del Chavarin, Ameca, Jalisco
A principios del siglo pasado,
en la ciudad de Ameca, Jalisco, hubo un tiempo donde los campos de maíz
y de caña no producían nada debido a la fuerte sequía que afectaba la
ciudad. Los campesinos rogaban al cielo para que la lluvia apareciera
en las nubes e hiciera crecer las semillas para alimentar a las
familias.
Sin embargo, la lluvia no llegó y las familias sufrieron al no tener comida para alimentar a sus seres queridos.
Así, la desesperación entre los habitantes aumentó cada día más y el pueblo de Ameca era conocido por el dolor, el hambre y el sufrimiento que vivían sus habitantes.
Una noche, Lucio y su esposa platicaban alrededor del fuego de la cocina:
- ¡Lucio, los niños tienen hambre y no queda nada de despensa! – dijo su esposa.
- ¿Y qué quieres que yo haga? ¡No podría aparecer comida aunque quisiera!- le contestó Lucio muy enojado.
Al día siguiente Lucio tuvo una idea, ¡vender su alma al diablo! Se encontraba tan desesperado por no poder alimentar a su familia que estaba dispuesto a todo.
Esperó al anochecer y salió al patio para llamar al diablo, quien después de escuchar la petición del pescador, apareció con una sonrisa burlona.
- ¿Por qué me has llamado? Debes saber que si te ayudo, el precio que pagarás es muy alto- le dijo el diablo a Lucio.
- ¡No me importa, pagaré el precio que sea necesario para poder alimentar a mi familia!- respondió Lucio.
- Muy bien, entonces te daré suficiente dinero para que jamás vuelvas a pasar hambre- asintió el diablo frotando sus manos. – Pero a cambio, tendrás que darme tu alma.-
- ¡Acepto!- afirmó Lucio, mientras el diablo desapareció entre las sombras.
A partir de ese día Lucio cambió, ya no era el hombre serio que conocía su esposa y su familia. Él se convirtió en una persona injusta, grosera y egoísta que solo pensaba en él mismo.
Decidió irse a vivir a una casa a orillas del río y abandonó a su familia, pues pensaba que no merecían su dinero ni su comida. Su único acompañante era una fea culebra quien quería mucho.
Aunque el corazón de Lucio se había convertido en una piedra dura, su esposa lo seguía queriendo y estaba preocupada por él. Fue a la iglesia del pueblo a pedir ayuda al sacerdote para librar a su esposo de tan feos sentimientos.
Lucio se encontraba en su casa contando su dinero, y al ver que se acercaban su esposa y el sacerdote, sintió gran temor de perder su riqueza, salió corriendo por la puerta trasera y se arrojó, junto con la culebra, a la corriente del río Ameca. Nunca más se le vio salir.
Muchos años después, la gente comenzó a decir que le veían salir de vez en cuando del río, convertido en un monstruo mitad hombre y mitad culebra. ¡Y que él era el culpable de todos los que perdían la vida ahogados en los cauces del río!
Hasta hoy, podemos escuchar a las mamás diciendo a sus hijos:
- ¡Tengan cuidado, no se vayan a bañar al río porque les va a salir “El Chavarín” y los va a ahogar!
Fuente: http://letrasparavolar.org/la-leyenda-del-chavarin/
Sin embargo, la lluvia no llegó y las familias sufrieron al no tener comida para alimentar a sus seres queridos.
Así, la desesperación entre los habitantes aumentó cada día más y el pueblo de Ameca era conocido por el dolor, el hambre y el sufrimiento que vivían sus habitantes.
Una noche, Lucio y su esposa platicaban alrededor del fuego de la cocina:
- ¡Lucio, los niños tienen hambre y no queda nada de despensa! – dijo su esposa.
- ¿Y qué quieres que yo haga? ¡No podría aparecer comida aunque quisiera!- le contestó Lucio muy enojado.
Al día siguiente Lucio tuvo una idea, ¡vender su alma al diablo! Se encontraba tan desesperado por no poder alimentar a su familia que estaba dispuesto a todo.
Esperó al anochecer y salió al patio para llamar al diablo, quien después de escuchar la petición del pescador, apareció con una sonrisa burlona.
- ¿Por qué me has llamado? Debes saber que si te ayudo, el precio que pagarás es muy alto- le dijo el diablo a Lucio.
- ¡No me importa, pagaré el precio que sea necesario para poder alimentar a mi familia!- respondió Lucio.
- Muy bien, entonces te daré suficiente dinero para que jamás vuelvas a pasar hambre- asintió el diablo frotando sus manos. – Pero a cambio, tendrás que darme tu alma.-
- ¡Acepto!- afirmó Lucio, mientras el diablo desapareció entre las sombras.
A partir de ese día Lucio cambió, ya no era el hombre serio que conocía su esposa y su familia. Él se convirtió en una persona injusta, grosera y egoísta que solo pensaba en él mismo.
Decidió irse a vivir a una casa a orillas del río y abandonó a su familia, pues pensaba que no merecían su dinero ni su comida. Su único acompañante era una fea culebra quien quería mucho.
Aunque el corazón de Lucio se había convertido en una piedra dura, su esposa lo seguía queriendo y estaba preocupada por él. Fue a la iglesia del pueblo a pedir ayuda al sacerdote para librar a su esposo de tan feos sentimientos.
Lucio se encontraba en su casa contando su dinero, y al ver que se acercaban su esposa y el sacerdote, sintió gran temor de perder su riqueza, salió corriendo por la puerta trasera y se arrojó, junto con la culebra, a la corriente del río Ameca. Nunca más se le vio salir.
Muchos años después, la gente comenzó a decir que le veían salir de vez en cuando del río, convertido en un monstruo mitad hombre y mitad culebra. ¡Y que él era el culpable de todos los que perdían la vida ahogados en los cauces del río!
Hasta hoy, podemos escuchar a las mamás diciendo a sus hijos:
- ¡Tengan cuidado, no se vayan a bañar al río porque les va a salir “El Chavarín” y los va a ahogar!
Fuente: http://letrasparavolar.org/la-leyenda-del-chavarin/
jueves, 9 de enero de 2014
El Charro Negro, Guadalajara
Cuentan que por las calles de Tuxpan Jalisco en la madrugada resonan a
lo lejos cascos de un caballo, mientras mas tiempo pasa , se oyen mas
cerca las pisadas del caballo, quienes les ha tocado ver, dicen que es
un charro vestido completamente de negro con una botonadura de plata tan
reluciente que hace avisos sólo con el reflejo de la luna, el caballo
igualmente de negro de piel lustrosa que va echando espumarajos por el
hocico y su nariz este singular personaje se les aparece a las personas
en momentos de mucho coraje por la madrugada, que no es otro que el
mismo lucifer en persona.
Agapito Treviño
"Caballo Blanco"
Según cuenta la leyenda Agapito Treviño escondió un gran botín en una cueva del Cerro de la Silla, fruto de sus robos y asaltos. Dicen que robaba a los ricos para repartirlo entre los más pobres y necesitados.
El legendario Agapito Treviño nació en la Villa de Guadalupe y, según cuenta la historia, no había cumplido aún los 20 años cuando ya se dedicaba a cometer atracos y a aterrorizar a los habitantes de Monterrey. Fue ajusticiado públicamente en la Plaza del Mercado (actualmente Plaza Hidalgo).
El bandido era también conocido como "Caballo Blanco" porque se decía que montaba siempre un caballo de ese color para cometer sus fechorías.
Físicamente Agapito Treviño era un hombre de aspecto musculoso y alto de estatura; era trigueño, de ojos y pelo negros; lampiño y de una nariz abultada que lo hacía inconfundible.
De 1850 a 1851, el maleante fue el terror entre los habitantes de Monterrey por la gran cantidad de robos y asaltos que cometía contra gente de paz.
Llegó a amasar una gran fortuna, la cual, según cuenta la leyenda, permanece escondida en una cueva del Cerro de la Silla, pero con la maldición de que quien ose extraerla de ese sitio se condenará a muerte.
Se dice que Agapito Treviño cometía un sinfín de raterías e inclusive despojaba a sus víctimas de ropa y caballos, para dejarlas desnudas y atadas en pleno monte. Eso sí, se le reconoce a este personaje el no haber matado nunca a persona alguna.
Fue apresado en 1851 y condenado a diez años de trabajo en obras públicas. Cumplía su condena asido de un pesado grillete, pero aún así logró escapar de una obra de la loma de El Obispado, tan sólo para iniciar de nuevo la ola de fechorías.
Fue detenido otra vez en 1853 y le fue impuesta una pena de diez años de prisión, pero el audaz delincuente escapó de nueva cuenta para volver a los caminos en busca de nuevas víctimas a quienes atracar.
Un año después la mano de la justicia volvió a caer sobre los hombros de Agapito Treviño cuando fue detenido en Roma, Texas, pero en esta ocasión pueblo y autoridad fueron implacables con él y fue condenado a morir fusilado.
Según cuenta la leyenda Agapito Treviño escondió un gran botín en una cueva del Cerro de la Silla, fruto de sus robos y asaltos. Dicen que robaba a los ricos para repartirlo entre los más pobres y necesitados.
El legendario Agapito Treviño nació en la Villa de Guadalupe y, según cuenta la historia, no había cumplido aún los 20 años cuando ya se dedicaba a cometer atracos y a aterrorizar a los habitantes de Monterrey. Fue ajusticiado públicamente en la Plaza del Mercado (actualmente Plaza Hidalgo).
El bandido era también conocido como "Caballo Blanco" porque se decía que montaba siempre un caballo de ese color para cometer sus fechorías.
Físicamente Agapito Treviño era un hombre de aspecto musculoso y alto de estatura; era trigueño, de ojos y pelo negros; lampiño y de una nariz abultada que lo hacía inconfundible.
De 1850 a 1851, el maleante fue el terror entre los habitantes de Monterrey por la gran cantidad de robos y asaltos que cometía contra gente de paz.
Llegó a amasar una gran fortuna, la cual, según cuenta la leyenda, permanece escondida en una cueva del Cerro de la Silla, pero con la maldición de que quien ose extraerla de ese sitio se condenará a muerte.
Se dice que Agapito Treviño cometía un sinfín de raterías e inclusive despojaba a sus víctimas de ropa y caballos, para dejarlas desnudas y atadas en pleno monte. Eso sí, se le reconoce a este personaje el no haber matado nunca a persona alguna.
Fue apresado en 1851 y condenado a diez años de trabajo en obras públicas. Cumplía su condena asido de un pesado grillete, pero aún así logró escapar de una obra de la loma de El Obispado, tan sólo para iniciar de nuevo la ola de fechorías.
Fue detenido otra vez en 1853 y le fue impuesta una pena de diez años de prisión, pero el audaz delincuente escapó de nueva cuenta para volver a los caminos en busca de nuevas víctimas a quienes atracar.
Un año después la mano de la justicia volvió a caer sobre los hombros de Agapito Treviño cuando fue detenido en Roma, Texas, pero en esta ocasión pueblo y autoridad fueron implacables con él y fue condenado a morir fusilado.
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