
Este es un relato de como dio Inicio el
hasta ahora popular show de los clavados en la Quebrada Acapulco Un
show que se ah visto desde los principios de los años 50 y 60 Cuando el
Puerto de Acapulco empezaba a formar leyenda de majestuoso y
exclusivo, esperamos disfruten este relato.
Subía el peñasco con la dificultad
vencida por la práctica de todos los días, frente a la muchachada del
barrio: Poncho y Chava Apac, (los "Toronjos"), el "Chupetas", Poli, el
"Viruta", la "Changa", el "Chocolate" y otros más. El que escalaba el
peñasco había terminado de pescar para llevar algo de alimento a su
madre, la "Jefa" como la conocían los muchachos del barrio, doña Adelina
Ríos, una mujer oriunda del puerto, a la que tres experiencias
matrimoniales sólo le dejaron seis chamacos y dos niñas que tenía que
encausar en el duro camino de la vida.

Mientras la ensarta de pescado producto
de la pesca del día era mantenida atada a las rocas bajas del
acantilado, apenas sumergida en las aguas marinas donde rompían
impetuosas las olas del mar, para mantener fresco el pescado capturado.
El muchacho nativo de aquel hermoso puerto, de escasos quince años,
empujado por el acicate de las burlas de los hermanos y amigos,
enfrentaba el reto de ver cuánto más podía escalar aquel promontorio de
treinta y cinco metros de altura. Cada vez que se reunían en ese lugar
había que vencer el límite de ascenso del intento anterior.
Apoyando con mucha dificultad los pies
en las filosas salientes rocosas, utilizando las manos y hasta las uñas
para escalar, Roberto Apac seguía subiendo, mientras más se acercaba a
la cima, más determinación encontraba en su ánimo, ¡Esta vez lo
lograría!, no le importaba poner en riesgo su vida, ya no escuchaba el
bramido del mar al romper en la hendidura del acantilado, no lo
alcanzaban tampoco las gritos de júbilo de sus camaradas y hermanos, que
al ver que estaba a punto de lograr su objetivo, ahora le enviaban
gritos de ánimo para que siguiera escalando.

En esos momentos sólo sentía el gozo
ingenuo de ser mejor escalador que su hermano Alfonso y demás nativos
que lo miraban con admiración, otros con envidia. Su hermano con quien
había empezado a subir en esa ocasión, se detuvo en una saliente a la
mitad de la construcción rocosa y lo miraba con orgullo fraterno como
iba subiendo y estaba a punto de vencer al conjunto de rocas que la
madre naturaleza esculpió en aquel recodo de la costa. El viento fresco
de la bocana meció el pelo del muchacho cuando éste alcanzó la cima del
montículo de piedra, fue como un beso amoroso al hijo de aquella
tierra por el esfuerzo realizado.
Cuando Roberto se vio en la cúspide del
montículo y calibró la altura en que se encontraba sintió vértigo y se
estremeció por el miedo que sentía a destiempo al comprender el peligro
en que había estado. Un resbalón, una piedra que se desprendiera bajo
su peso, un error de cálculo al impulsarse con las manos o cualquier
otro incidente pudieron provocarle la caída y con ella la muerte.
Entonces se postró de rodillas y agradeció a Dios y a la Virgen
Guadalupe que lo hubieran protegido. Mientras desde abajo le llegaban
los gritos de sus hermanos y amigos para que apurara el descenso porque
se les hacía tarde para regresar a sus casas. –¡Vamos Robert, empieza a
bajar, tenemos que irnos! -¡Apúrate hermano, si llegamos tarde nos
cuerean! -¡Bájate rápidoooo! –Andalee!

Roberto intentó iniciar el descenso,
caminó al borde del precipicio, buscó con la mirada un lugar adecuado
para empezar a bajar. Como era la primera vez que subía, ahora tendría
que buscar un camino para descender. El tiempo y los gritos exigentes de
los que estaban abajo lo apremiaban, lo llenaban de nerviosismo y
sintió mucha congoja de pensar en los cintarazos que le daría su madre
doña Adelina. Observó con respeto la superficie escarpada en busca de
una salida de escape para aquella abrumadora situación. Miró casi con
horror lo reducido que se veía desde arriba el canal que quedaba entre
el peñasco y tierra firme, vio desde la altura en que se encontraba como
al entrar la ola impetuosa en el estrecho, las aguas subían un buen
tramo y luego con el reflujo aminoraba la profundidad del lugar. Volvió a
esperar a que entrara la ola y confirmó su anterior apreciación.
¡Entonces lo decidió! Se lanzaría desde aquella imponente altura, justo
cuando el agua del mar empezara a invadir el canal, tendría que
calcularlo muy bien, debería arrojarse al vació midiendo el tiempo
necesario para caer precisamente cuando el volumen de agua alcanzara su
mayor altura –menos de 4 metros de profundidad-. También consideró la
fuerza del impulso que tomaría en vuelo horizontal para poder librar las
salientes rocosas y luego perfilar su caída hacía el mar.
Roberto Apac después de santiguarse en
varias ocasiones y pedirle perdón con el pensamiento a su madre por lo
que iba a hacer, esperó el momento propicio para lanzarse al vació.
Abajo, sus acompañantes, al verlo parado al borde del acantilado
adivinaron sus intenciones. Los gritos ahora eran de espanto, de alarma,
de desesperación. Su hermano Salvador que desde muy chamaco tuvo un
vozarrón le gritaba: -¡Si te avientas te vas a matar, no seas pendejo!
¡Si te matas, te chingo! Le gritaba como enloquecido. -¡No te tires
cabrón! ¡No lo hagas!, ¡Por favor no lo hagas! Le decían a gritos los
otros.
Sin importar se lanzó y una figura
humana se recortó en el aire frente a la inmensidad del mar del Pacífico
mexicano, primero como el grácil vuelo de una gaviota marina y luego
como una saeta que cae en picada para reunirse casi amorosamente con las
aguas del mar tropical. Así un 13 de febrero de 1932, en un cálido
atardecer se vio por primera vez un clavado desde la cima de aquel
montículo. Fue Roberto Apac, un nativo de Acapulco quien se lanzaba al
vacío desafiando a la muerte en un hermoso clavado desde la Quebrada en
Acapulco, México, un lugar de fama internacional en donde desde
entonces se práctica este peligroso y afamado deporte. Woow Soberbio el
relato que le rindió su hijo a su padre o no? Continuando con mi
escrito he de decir que a pesar que fue Roberto Apac el primer
clavadista no fue él precisamente quien le diera fama a este
espectáculo mundial sino fue un amigo de él y su hermano conocido como
el "Chupetas" quien murió a los 76 años, este clavadista tuvo un récord
guiness con 37 mil 400 clavados en toda su historia doblando en
películas a personajes de talla internacional como el actor Johnny
Weismuller mejor conocido como Tarzán el Rey de la Selva el que todos
conocemos y a quien conoció en Acapulco y suplía en los clavados que
llegó a realizar en sus películas, también el Chupetas conoció a otro
grandes personajes del mundo como Frank Sinatra y Elvis Presley. Su
fama al paso de los años se hizo internacional que incluso la marca de
relojes Times le pidió hacer publicidad para ellos así como La Casa de
Whisky Johnny Walker. Mientras varios personajes de fama mundial
deseaban vivir en Acapulco el famoso Tarzán prefirió morir en su amado
Acapulco lugar del que se enamoro y tuvo su residencia por algunos
años, por eso sus restos descansan hoy en el Panteón Valle de la Luz
del Puerto.
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