Por Silvia Mancha
Monclova, Coah.- Después que la Santa Inquisición se enfrascara en una
cruenta lucha contra las brujas de Monclova, cansado el diablo de
esperar en los márgenes del Río Monclova donde comúnmente sostenían sus
entrevistas, una noche decidió salir en la búsqueda de sus seguidoras.
Cuentan que esa noche no fue como ninguna de las estrelladas de la
ciudad, sino que anocheció más temprano, fue un cielo huérfano de
estrellas y las únicas luces que se veían eran los quinqués encendidos
que se dejaban ver por las ventanas de las casonas del Monclova antiguo.
En sus andares por la ciudad de los márgenes del río, rumbo a la Plaza
Principal donde se había enterado estaban castigando a sus seguidoras,
el maligno eligió uno de los muchos callejones de lo que ahora es el
centro de la ciudad, el cual se resplandeció por la flama que parecía
envolverlo a su paso.
En la época colonial, en Monclova únicamente eran calles las que corren
de sur a norte, de acuerdo al historiador Juan Blackaller, y las demás
que van de oriente a poniente eran los callejones.
Cuentan quienes lo vieron, que era un hombre bien parecido que llevaba
un gato negro en sus brazos, tal como relata la historia, y se
presentaba en sus entrevistas con las brujas de Monclova en los márgenes
del río.
Desde entonces, la gente religiosa pugnó mucho tiempo para que le
quitaran el nombre del Callejón del Diablo porque invocaba al maligno,
de modo que le pusieron el Callejón del Golpe, el Callejón del Río, el
Callejón del Águila, pero poco después del año 1850, las autoridades
eclesiásticas decidieron intervenir y le pusieron el callejón de San
Juan.
“Hay en el Archivo Municipal una declaración de bienes de un señor
llamado Manuel Castillo que me parece muy simpática, porque dice que
tiene su morada de tantos cuartos situada en el Callejón del Diablo,
alias Callejón de San Juan”, contó el historiador Juan Blackaller.
También comenta que “fui y le pregunté a la gente de ahí, ¿Cómo se llama
aquí? dijeron se llama el Callejón del Diablo, pero que Carlos Páez le
puso Jesús Barrera”.
Y es que hay quienes aseguran que de cuando en cuando, la calle Jesús
Barrera sin más presenta una iluminación inusual por las noches,
atreviéndose algunos a señalar que es porque el Diablo va pasando en
busca de sus seguidoras.
UNA VERSIÓN MÁS
Otra versión de la leyenda del Callejón del Diablo en la zona centro de
Monclova, es que en una madrugada, en tiempos de la Colonia, unos
hombres estaban jugando a la baraja en una casona en lo que ahora es la
calle Barrera, que conduce al parque Xochipilli I, pero antes topaba con
el Río Monclova.
Cuentan que a las tres de la mañana uno de los jugadores estaba ganando
continuamente y dijo: “A mí ni el diablo me gana”, y en eso entró un
señor y le dijo “Yo soy el Diablo, vamos a jugar”, y se levantaron todos
corriendo despavoridos por la maligna aparición.
Fuente: http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/Leyendas-de-Monclova-El-Callejon-del-Diablo
miércoles, 30 de abril de 2014
viernes, 25 de abril de 2014
Historia del Paricutín Michoacan
Por: Sergio Fitch Watkins y Margarita Cervi
Foto: Eric Fortin
Volcán Parícutin, (Michoacán).
En 1943 el pueblo de San Juan quedó sepultado por la lava del Paricutín, el volcán más joven del mundo. ¿Lo conoces?
Cuando era niño llegué a oír historias acerca del nacimiento de un volcán en medio de un campo de maíz; de la erupción que destruyó el pueblo de San Juan (ahora San Juan Quemado), y de cenizas que llegaron hasta la ciudad de México. Así fue como me interesé en el Paricutín, y aunque en aquellos años no tuve oportunidad de conocerlo, nunca salió de mi mente el ir alguna vez.
Muchos años después, por cuestiones de trabajo, tuve la oportunidad de llevar a dos grupos de turistas estadunidenses que deseaban caminar por el área del volcán y, si las condiciones lo permitían, ascenderlo.
La primera vez que fui, nos fue un poco difícil llegar al pueblo desde el cual se visita el Paricutín: Angahuan. Los caminos eran de terracería y en el pueblo apenas hablaban algo de español (aún ahora sus habitantes hablan más el purépecha, su lengua natal, que ningún otro idioma; de hecho, ellos nombran al famoso volcán respetando su nombre purépecha: Parikutini).
Una vez en Angahuan contratamos los servicios de un guía local y un par de caballos, y comenzamos la caminata. Nos tomó cerca de una hora llegar al sitio donde se encontraba el pueblo de San Juan, que fuera sepultado por la erupción en 1943. Se encuentra casi al borde del campo de lava y lo único que queda visible de este lugar es la parte frontal de la iglesia con una torre que permaneció intacta, parte de la segunda torre, también del frente, pero que se derrumbó, y la parte posterior de ésta, donde se encontraba el atrio, que también se salvó.
El guía local nos contó algunas historias de la erupción, de la iglesia y de toda la gente que murió en ella. Algunos de los estadounidenses se mostraban muy impresionados por la vista del volcán, el campo de lava y el tétrico espectáculo de los restos de esta iglesia que aún quedan.
Después, el guía nos habló de un lugar donde se supone que aún corre lava; nos preguntó si nos gustaría visitarlo y de inmediato dijimos que sí. Nos condujo por pequeñas veredas entre el bosque y luego por el pedregal hasta llegar al lugar. El espectáculo era impresionante: entre algunas fisuras en las rocas salía un calor fortísimo y seco, a tal grado que no podíamos pararnos muy cerca de ellas porque sentíamos abrasarnos, y aunque la lava no se veía, no quedaba duda de que por debajo de la tierra, ésta continuaba corriendo. Seguimos deambulando por el pedregal hasta que el guía nos condujo a la base del cono volcánico, a lo que sería su lado derecho visto desde Angahuan, y en un par de horas estábamos en la cima.
La segunda vez que ascendí al Paricutín, llevaba conmigo a un grupo de estadunidenses entre los que se encontraba una señora de 70 años.
Una vez más contratamos un guía local, al cual le insistí que necesitaba encontrar una ruta más fácil para ascender al volcán debido a la edad de la señora. Manejamos unas dos horas por unos caminos de terracería cubiertos con ceniza volcánica, lo que ocasionó que nos atascáramos un par de veces porque nuestro vehículo no tenía doble tracción. Al fin, llegamos por el lado de atrás (visto desde Angahuan), muy cerca del cono volcánico. Cruzamos el campo de lava petrificada por espacio de una hora y comenzamos a subir por un camino bastante bien marcado. En poco menos de una hora llegamos al cráter. La señora de 70 años resultó más fuerte de lo que pensábamos y no tuvo ningún problema, ni en el ascenso ni para regresar hasta donde habíamos dejado el auto.
Muchos años después, al hablar con la gente de México Desconocido acerca de escribir un artículo del ascenso al Paricutín, me cercioré de que mis antiguas fotos del lugar no estaban como para ser publicadas; así pues, llamé a mi compañero de aventuras, Enrique Salazar, y le propuse la ascensión al volcán Paricutín. Él siempre había tenido deseos de subirlo, también entusiasmado por la serie de historias que había oído acerca de él, así que partimos hacia Michoacán.
Me sorprendió la serie de cambios que ha habido en el área.
Entre otras cosas, el camino de 21 km hacia Angahuan ahora está pavimentado, así que fue muy fácil llegar. Los habitantes del lugar siguen ofreciendo sus servicios como guías y aunque nos hubiera gustado poder darle a alguien el trabajo, íbamos muy cortos de recursos económicos. Ahora ya hay un bonito hotel al final del pueblo de Angahuan, con cabañas y restaurante, que cuenta con información acerca de la erupción del Paricutín (muchas fotos, etc.). En una de las paredes de este lugar existe un colorido y bonito mural que representa el nacimiento del volcán.
Comenzamos la caminata y pronto llegamos a las ruinas de la iglesia. Decidimos continuar y tratar de llegar al cráter para pasar la noche en el borde. Llevábamos solamente dos litros de agua, un poco de leche y un par de conchas de pan. Para mi sorpresa, descubrí que Enrique no traía bolsa de dormir, pero él dijo que esto no representaba gran problema.
Decidimos tomar una ruta que después llamamos la “Vía de los Tarados”, que consistió en no ir por alguna vereda, sino cruzar el pedregal, que tiene como 10 km, hasta la base del cono y luego tratar de ascenderlo en forma directa. Cruzamos el único bosque que hay entre la iglesia y el cono y comenzamos a caminar sobre un mar de piedras filosas y sueltas. A veces teníamos que subir, casi escalar, algunos grandes bloques de piedra y del mismo modo teníamos que bajarlos del otro lado. Lo hicimos con toda precaución para evitar alguna lesión, porque salir de aquí con un pie torcido o cualquier otro accidente, por pequeño que fuera, hubiera sido muy doloroso y difícil. Nos caímos algunas veces; otras los bloques que pisábamos se movían y uno de ellos cayó sobre mi pierna y me hizo algunas cortadas en la espinilla.
Llegamos a las primeras emanaciones de vapor, que eran muchas e inodoras y, hasta cierto punto, fue agradable sentir el calorcito. De lejos veíamos algunas zonas donde las piedras, que normalmente son negras, estaban cubiertas de una capa blanca. A la distancia parecían sales, pero cuando llegamos a la primera sección de éstas, nos sorprendió que lo que las cubría era una especie de capa de azufre. También salía entre las grietas un calor fortísimo y las piedras estaban muy calientes.
Por fin, después de tres horas y media de lucha con las piedras, llegamos a la base del cono. El sol ya se había puesto, así que decidimos apretar el paso. Ascendimos la primera parte del cono de forma directa, lo que resultó muy fácil porque el terreno, aunque bastante empinado, es muy firme. Llegamos al lugar donde se juntan la caldera secundaria y el cono principal y encontramos un buen camino que lleva al borde del cráter. La caldera secundaria emite vapores y gran cantidad de calor seco. Arriba de ésta se encuentra el cono principal que está lleno de pequeñas plantitas que le dan un aspecto muy bonito. Aquí el camino hace tres zigzags hasta el cráter y está bastante empinado y lleno de piedras y arena sueltas, pero no es difícil. Llegamos al cráter prácticamente de noche; disfrutamos del paisaje, tomamos un poco de agua y nos preparamos para dormir.
Enrique se puso toda la ropa que traía y yo me metí muy cómodo a la bolsa de dormir. Nos despertamos muchas voces por la noche debido a la sed —habíamos agotado nuestra reserva de agua— y también a un viento fuerte que soplaba a ratos. Nos levantamos antes del amanecer y gozamos de una hermosa salida del sol. El cráter tiene muchas emanaciones de vapor y el suelo esta caliente, tal vez por eso Enrique no pasó gran frío.
Decidimos darle la vuelta al cráter, así que nos fuimos hacia la derecha (viendo el volcán de frente desde Angahuan), y en unos 10 minutos llegamos a la cruz que marca la cumbre más alta que tiene una altura de 2 810 m snm. Si hubiéramos llevado comida la habríamos podido cocinar sobre ésta, ya que estaba sumamente caliente.
Continuamos nuestro viaje alrededor del cráter y llegamos al lado más bajo de éste. Aquí también hay una cruz más pequeña, y una placa en memoria del pueblo desaparecido de San Juan Quemado.
Media hora más tarde llegamos al lugar de nuestro campamento, recogimos nuestras cosas y emprendimos el descenso. Seguimos los zigzags hasta el cono secundario y aquí, para nuestra suerte, encontramos un camino bastante marcado hasta la base del cono. De allí este camino se interna en el pedregal y se vuelve un poco difícil de seguir. Muchas veces tuvimos que buscarlo a los lados y regresarnos un poco para relocalizarlo porque no nos emocionaba mucho la idea de volver a cruzar el pedregal como tontos. Cuatro horas más tarde, llegamos al pueblo de Angahuan. Nos subimos al coche y regresamos a la ciudad de México.
Ciertamente el Paricutín es una de las ascensiones más bellas que tenemos en México. Desgraciadamente la gente que lo visita ha tirado unas cantidades impresionantes de basura. De hecho, nunca había visto un lugar más sucio; los lugareños venden papas y refrescos en la orilla del pedregal, muy cerca de la iglesia destruida, y la gente tira bolsas de papel, botellas y demás, por toda el área. Es una pena que no conservemos nuestras zonas naturales de una manera más adecuada. Visitar el volcán Paricutín es toda una experiencia, tanto por su belleza, como por lo que ha implicado para la geología de nuestro país. El Paricutín, por su reciente nacimiento, es decir, de cero a como lo conocemos ahora, está considerado una de las maravillas naturales del mundo. ¿Cuándo dejaremos de destruir nuestros tesoros?
SI USTED VAS AL PARICUTÍN
Toma la carretera número 14 de Morelia a Uruapan (110 km). Una vez allí tome la carretera 37 rumbo a Paracho y un poco antes de llegar a Capácuaro (18 km) desvíese a su derecha hacia Angahuan (19 km).
En Angahuan encontrará todos los servicios y podrá contactar a los guías que te llevarán al volcán.
Fuente: http://www.mexicodesconocido.com.mx/parikutini.html
Foto: Eric Fortin
Volcán Parícutin, (Michoacán).
En 1943 el pueblo de San Juan quedó sepultado por la lava del Paricutín, el volcán más joven del mundo. ¿Lo conoces?
Cuando era niño llegué a oír historias acerca del nacimiento de un volcán en medio de un campo de maíz; de la erupción que destruyó el pueblo de San Juan (ahora San Juan Quemado), y de cenizas que llegaron hasta la ciudad de México. Así fue como me interesé en el Paricutín, y aunque en aquellos años no tuve oportunidad de conocerlo, nunca salió de mi mente el ir alguna vez.
Muchos años después, por cuestiones de trabajo, tuve la oportunidad de llevar a dos grupos de turistas estadunidenses que deseaban caminar por el área del volcán y, si las condiciones lo permitían, ascenderlo.
La primera vez que fui, nos fue un poco difícil llegar al pueblo desde el cual se visita el Paricutín: Angahuan. Los caminos eran de terracería y en el pueblo apenas hablaban algo de español (aún ahora sus habitantes hablan más el purépecha, su lengua natal, que ningún otro idioma; de hecho, ellos nombran al famoso volcán respetando su nombre purépecha: Parikutini).
Una vez en Angahuan contratamos los servicios de un guía local y un par de caballos, y comenzamos la caminata. Nos tomó cerca de una hora llegar al sitio donde se encontraba el pueblo de San Juan, que fuera sepultado por la erupción en 1943. Se encuentra casi al borde del campo de lava y lo único que queda visible de este lugar es la parte frontal de la iglesia con una torre que permaneció intacta, parte de la segunda torre, también del frente, pero que se derrumbó, y la parte posterior de ésta, donde se encontraba el atrio, que también se salvó.
El guía local nos contó algunas historias de la erupción, de la iglesia y de toda la gente que murió en ella. Algunos de los estadounidenses se mostraban muy impresionados por la vista del volcán, el campo de lava y el tétrico espectáculo de los restos de esta iglesia que aún quedan.
Después, el guía nos habló de un lugar donde se supone que aún corre lava; nos preguntó si nos gustaría visitarlo y de inmediato dijimos que sí. Nos condujo por pequeñas veredas entre el bosque y luego por el pedregal hasta llegar al lugar. El espectáculo era impresionante: entre algunas fisuras en las rocas salía un calor fortísimo y seco, a tal grado que no podíamos pararnos muy cerca de ellas porque sentíamos abrasarnos, y aunque la lava no se veía, no quedaba duda de que por debajo de la tierra, ésta continuaba corriendo. Seguimos deambulando por el pedregal hasta que el guía nos condujo a la base del cono volcánico, a lo que sería su lado derecho visto desde Angahuan, y en un par de horas estábamos en la cima.
La segunda vez que ascendí al Paricutín, llevaba conmigo a un grupo de estadunidenses entre los que se encontraba una señora de 70 años.
Una vez más contratamos un guía local, al cual le insistí que necesitaba encontrar una ruta más fácil para ascender al volcán debido a la edad de la señora. Manejamos unas dos horas por unos caminos de terracería cubiertos con ceniza volcánica, lo que ocasionó que nos atascáramos un par de veces porque nuestro vehículo no tenía doble tracción. Al fin, llegamos por el lado de atrás (visto desde Angahuan), muy cerca del cono volcánico. Cruzamos el campo de lava petrificada por espacio de una hora y comenzamos a subir por un camino bastante bien marcado. En poco menos de una hora llegamos al cráter. La señora de 70 años resultó más fuerte de lo que pensábamos y no tuvo ningún problema, ni en el ascenso ni para regresar hasta donde habíamos dejado el auto.
Muchos años después, al hablar con la gente de México Desconocido acerca de escribir un artículo del ascenso al Paricutín, me cercioré de que mis antiguas fotos del lugar no estaban como para ser publicadas; así pues, llamé a mi compañero de aventuras, Enrique Salazar, y le propuse la ascensión al volcán Paricutín. Él siempre había tenido deseos de subirlo, también entusiasmado por la serie de historias que había oído acerca de él, así que partimos hacia Michoacán.
Me sorprendió la serie de cambios que ha habido en el área.
Entre otras cosas, el camino de 21 km hacia Angahuan ahora está pavimentado, así que fue muy fácil llegar. Los habitantes del lugar siguen ofreciendo sus servicios como guías y aunque nos hubiera gustado poder darle a alguien el trabajo, íbamos muy cortos de recursos económicos. Ahora ya hay un bonito hotel al final del pueblo de Angahuan, con cabañas y restaurante, que cuenta con información acerca de la erupción del Paricutín (muchas fotos, etc.). En una de las paredes de este lugar existe un colorido y bonito mural que representa el nacimiento del volcán.
Comenzamos la caminata y pronto llegamos a las ruinas de la iglesia. Decidimos continuar y tratar de llegar al cráter para pasar la noche en el borde. Llevábamos solamente dos litros de agua, un poco de leche y un par de conchas de pan. Para mi sorpresa, descubrí que Enrique no traía bolsa de dormir, pero él dijo que esto no representaba gran problema.
Decidimos tomar una ruta que después llamamos la “Vía de los Tarados”, que consistió en no ir por alguna vereda, sino cruzar el pedregal, que tiene como 10 km, hasta la base del cono y luego tratar de ascenderlo en forma directa. Cruzamos el único bosque que hay entre la iglesia y el cono y comenzamos a caminar sobre un mar de piedras filosas y sueltas. A veces teníamos que subir, casi escalar, algunos grandes bloques de piedra y del mismo modo teníamos que bajarlos del otro lado. Lo hicimos con toda precaución para evitar alguna lesión, porque salir de aquí con un pie torcido o cualquier otro accidente, por pequeño que fuera, hubiera sido muy doloroso y difícil. Nos caímos algunas veces; otras los bloques que pisábamos se movían y uno de ellos cayó sobre mi pierna y me hizo algunas cortadas en la espinilla.
Llegamos a las primeras emanaciones de vapor, que eran muchas e inodoras y, hasta cierto punto, fue agradable sentir el calorcito. De lejos veíamos algunas zonas donde las piedras, que normalmente son negras, estaban cubiertas de una capa blanca. A la distancia parecían sales, pero cuando llegamos a la primera sección de éstas, nos sorprendió que lo que las cubría era una especie de capa de azufre. También salía entre las grietas un calor fortísimo y las piedras estaban muy calientes.
Por fin, después de tres horas y media de lucha con las piedras, llegamos a la base del cono. El sol ya se había puesto, así que decidimos apretar el paso. Ascendimos la primera parte del cono de forma directa, lo que resultó muy fácil porque el terreno, aunque bastante empinado, es muy firme. Llegamos al lugar donde se juntan la caldera secundaria y el cono principal y encontramos un buen camino que lleva al borde del cráter. La caldera secundaria emite vapores y gran cantidad de calor seco. Arriba de ésta se encuentra el cono principal que está lleno de pequeñas plantitas que le dan un aspecto muy bonito. Aquí el camino hace tres zigzags hasta el cráter y está bastante empinado y lleno de piedras y arena sueltas, pero no es difícil. Llegamos al cráter prácticamente de noche; disfrutamos del paisaje, tomamos un poco de agua y nos preparamos para dormir.
Enrique se puso toda la ropa que traía y yo me metí muy cómodo a la bolsa de dormir. Nos despertamos muchas voces por la noche debido a la sed —habíamos agotado nuestra reserva de agua— y también a un viento fuerte que soplaba a ratos. Nos levantamos antes del amanecer y gozamos de una hermosa salida del sol. El cráter tiene muchas emanaciones de vapor y el suelo esta caliente, tal vez por eso Enrique no pasó gran frío.
Decidimos darle la vuelta al cráter, así que nos fuimos hacia la derecha (viendo el volcán de frente desde Angahuan), y en unos 10 minutos llegamos a la cruz que marca la cumbre más alta que tiene una altura de 2 810 m snm. Si hubiéramos llevado comida la habríamos podido cocinar sobre ésta, ya que estaba sumamente caliente.
Continuamos nuestro viaje alrededor del cráter y llegamos al lado más bajo de éste. Aquí también hay una cruz más pequeña, y una placa en memoria del pueblo desaparecido de San Juan Quemado.
Media hora más tarde llegamos al lugar de nuestro campamento, recogimos nuestras cosas y emprendimos el descenso. Seguimos los zigzags hasta el cono secundario y aquí, para nuestra suerte, encontramos un camino bastante marcado hasta la base del cono. De allí este camino se interna en el pedregal y se vuelve un poco difícil de seguir. Muchas veces tuvimos que buscarlo a los lados y regresarnos un poco para relocalizarlo porque no nos emocionaba mucho la idea de volver a cruzar el pedregal como tontos. Cuatro horas más tarde, llegamos al pueblo de Angahuan. Nos subimos al coche y regresamos a la ciudad de México.
Ciertamente el Paricutín es una de las ascensiones más bellas que tenemos en México. Desgraciadamente la gente que lo visita ha tirado unas cantidades impresionantes de basura. De hecho, nunca había visto un lugar más sucio; los lugareños venden papas y refrescos en la orilla del pedregal, muy cerca de la iglesia destruida, y la gente tira bolsas de papel, botellas y demás, por toda el área. Es una pena que no conservemos nuestras zonas naturales de una manera más adecuada. Visitar el volcán Paricutín es toda una experiencia, tanto por su belleza, como por lo que ha implicado para la geología de nuestro país. El Paricutín, por su reciente nacimiento, es decir, de cero a como lo conocemos ahora, está considerado una de las maravillas naturales del mundo. ¿Cuándo dejaremos de destruir nuestros tesoros?
SI USTED VAS AL PARICUTÍN
Toma la carretera número 14 de Morelia a Uruapan (110 km). Una vez allí tome la carretera 37 rumbo a Paracho y un poco antes de llegar a Capácuaro (18 km) desvíese a su derecha hacia Angahuan (19 km).
En Angahuan encontrará todos los servicios y podrá contactar a los guías que te llevarán al volcán.
Fuente: http://www.mexicodesconocido.com.mx/parikutini.html
domingo, 20 de abril de 2014
Historia de La Quebrada Acapulco
Este es un relato de como dio Inicio el
hasta ahora popular show de los clavados en la Quebrada Acapulco Un
show que se ah visto desde los principios de los años 50 y 60 Cuando el
Puerto de Acapulco empezaba a formar leyenda de majestuoso y
exclusivo, esperamos disfruten este relato.
Subía el peñasco con la dificultad
vencida por la práctica de todos los días, frente a la muchachada del
barrio: Poncho y Chava Apac, (los "Toronjos"), el "Chupetas", Poli, el
"Viruta", la "Changa", el "Chocolate" y otros más. El que escalaba el
peñasco había terminado de pescar para llevar algo de alimento a su
madre, la "Jefa" como la conocían los muchachos del barrio, doña Adelina
Ríos, una mujer oriunda del puerto, a la que tres experiencias
matrimoniales sólo le dejaron seis chamacos y dos niñas que tenía que
encausar en el duro camino de la vida.
Mientras la ensarta de pescado producto
de la pesca del día era mantenida atada a las rocas bajas del
acantilado, apenas sumergida en las aguas marinas donde rompían
impetuosas las olas del mar, para mantener fresco el pescado capturado.
El muchacho nativo de aquel hermoso puerto, de escasos quince años,
empujado por el acicate de las burlas de los hermanos y amigos,
enfrentaba el reto de ver cuánto más podía escalar aquel promontorio de
treinta y cinco metros de altura. Cada vez que se reunían en ese lugar
había que vencer el límite de ascenso del intento anterior.
Apoyando con mucha dificultad los pies
en las filosas salientes rocosas, utilizando las manos y hasta las uñas
para escalar, Roberto Apac seguía subiendo, mientras más se acercaba a
la cima, más determinación encontraba en su ánimo, ¡Esta vez lo
lograría!, no le importaba poner en riesgo su vida, ya no escuchaba el
bramido del mar al romper en la hendidura del acantilado, no lo
alcanzaban tampoco las gritos de júbilo de sus camaradas y hermanos, que
al ver que estaba a punto de lograr su objetivo, ahora le enviaban
gritos de ánimo para que siguiera escalando.
En esos momentos sólo sentía el gozo
ingenuo de ser mejor escalador que su hermano Alfonso y demás nativos
que lo miraban con admiración, otros con envidia. Su hermano con quien
había empezado a subir en esa ocasión, se detuvo en una saliente a la
mitad de la construcción rocosa y lo miraba con orgullo fraterno como
iba subiendo y estaba a punto de vencer al conjunto de rocas que la
madre naturaleza esculpió en aquel recodo de la costa. El viento fresco
de la bocana meció el pelo del muchacho cuando éste alcanzó la cima del
montículo de piedra, fue como un beso amoroso al hijo de aquella
tierra por el esfuerzo realizado.
Cuando Roberto se vio en la cúspide del
montículo y calibró la altura en que se encontraba sintió vértigo y se
estremeció por el miedo que sentía a destiempo al comprender el peligro
en que había estado. Un resbalón, una piedra que se desprendiera bajo
su peso, un error de cálculo al impulsarse con las manos o cualquier
otro incidente pudieron provocarle la caída y con ella la muerte.
Entonces se postró de rodillas y agradeció a Dios y a la Virgen
Guadalupe que lo hubieran protegido. Mientras desde abajo le llegaban
los gritos de sus hermanos y amigos para que apurara el descenso porque
se les hacía tarde para regresar a sus casas. –¡Vamos Robert, empieza a
bajar, tenemos que irnos! -¡Apúrate hermano, si llegamos tarde nos
cuerean! -¡Bájate rápidoooo! –Andalee!
Roberto intentó iniciar el descenso,
caminó al borde del precipicio, buscó con la mirada un lugar adecuado
para empezar a bajar. Como era la primera vez que subía, ahora tendría
que buscar un camino para descender. El tiempo y los gritos exigentes de
los que estaban abajo lo apremiaban, lo llenaban de nerviosismo y
sintió mucha congoja de pensar en los cintarazos que le daría su madre
doña Adelina. Observó con respeto la superficie escarpada en busca de
una salida de escape para aquella abrumadora situación. Miró casi con
horror lo reducido que se veía desde arriba el canal que quedaba entre
el peñasco y tierra firme, vio desde la altura en que se encontraba como
al entrar la ola impetuosa en el estrecho, las aguas subían un buen
tramo y luego con el reflujo aminoraba la profundidad del lugar. Volvió a
esperar a que entrara la ola y confirmó su anterior apreciación.
¡Entonces lo decidió! Se lanzaría desde aquella imponente altura, justo
cuando el agua del mar empezara a invadir el canal, tendría que
calcularlo muy bien, debería arrojarse al vació midiendo el tiempo
necesario para caer precisamente cuando el volumen de agua alcanzara su
mayor altura –menos de 4 metros de profundidad-. También consideró la
fuerza del impulso que tomaría en vuelo horizontal para poder librar las
salientes rocosas y luego perfilar su caída hacía el mar.
Roberto Apac después de santiguarse en
varias ocasiones y pedirle perdón con el pensamiento a su madre por lo
que iba a hacer, esperó el momento propicio para lanzarse al vació.
Abajo, sus acompañantes, al verlo parado al borde del acantilado
adivinaron sus intenciones. Los gritos ahora eran de espanto, de alarma,
de desesperación. Su hermano Salvador que desde muy chamaco tuvo un
vozarrón le gritaba: -¡Si te avientas te vas a matar, no seas pendejo!
¡Si te matas, te chingo! Le gritaba como enloquecido. -¡No te tires
cabrón! ¡No lo hagas!, ¡Por favor no lo hagas! Le decían a gritos los
otros.
Sin importar se lanzó y una figura
humana se recortó en el aire frente a la inmensidad del mar del Pacífico
mexicano, primero como el grácil vuelo de una gaviota marina y luego
como una saeta que cae en picada para reunirse casi amorosamente con las
aguas del mar tropical. Así un 13 de febrero de 1932, en un cálido
atardecer se vio por primera vez un clavado desde la cima de aquel
montículo. Fue Roberto Apac, un nativo de Acapulco quien se lanzaba al
vacío desafiando a la muerte en un hermoso clavado desde la Quebrada en
Acapulco, México, un lugar de fama internacional en donde desde
entonces se práctica este peligroso y afamado deporte. Woow Soberbio el
relato que le rindió su hijo a su padre o no? Continuando con mi
escrito he de decir que a pesar que fue Roberto Apac el primer
clavadista no fue él precisamente quien le diera fama a este
espectáculo mundial sino fue un amigo de él y su hermano conocido como
el "Chupetas" quien murió a los 76 años, este clavadista tuvo un récord
guiness con 37 mil 400 clavados en toda su historia doblando en
películas a personajes de talla internacional como el actor Johnny
Weismuller mejor conocido como Tarzán el Rey de la Selva el que todos
conocemos y a quien conoció en Acapulco y suplía en los clavados que
llegó a realizar en sus películas, también el Chupetas conoció a otro
grandes personajes del mundo como Frank Sinatra y Elvis Presley. Su
fama al paso de los años se hizo internacional que incluso la marca de
relojes Times le pidió hacer publicidad para ellos así como La Casa de
Whisky Johnny Walker. Mientras varios personajes de fama mundial
deseaban vivir en Acapulco el famoso Tarzán prefirió morir en su amado
Acapulco lugar del que se enamoro y tuvo su residencia por algunos
años, por eso sus restos descansan hoy en el Panteón Valle de la Luz
del Puerto.
martes, 8 de abril de 2014
Leyendas de Adelita, Valentina y 'la coronel' Amalio
A un lado de la Adelita y la Valentina, elevadas a leyenda de la revolución mexicana que cumple su centenario este sábado, surge el misterio de 'la coronel' Amalio, la hija de hacendados que cambió el faldón por el pantalón y las muñecas por el fusil para lanzarse a la lucha armada.
Las instantáneas de la Revolución Mexicana han inmortalizado a cientos de 'Adelitas' mujeres que se subían a los trenes para acompañar la lucha armada, l mayoría a cargo de tareas como alimentar y proveer de vestuario a las tropas, otras como enfermeras y otras más contadas que tomaron las armas.
'Las mujeres también participaron en la Revolución, formaron organizaciones políticas y sociales. Otras se hicieron enfermeras, como la Adelita, o tomaron las armas, como Valentina, para luchar contra la dictadura de Porfirio Díaz', que gobernó México entre 1876 y 1911, comenta a la AFP Antonio Aguilar, director del archivo de la secretaría de la Defensa de México que guarda documentos sobre el tema.
'Y si Adelita quisiera ser mi novia' la letra de un popular corrido de la revolución ha inmortalizado a a la enfermera que atendió a los heridos del ejército revolucionario y formó parte de la naciente Cruz Blanca de México.
Originaria de Ciudad Juárez (norte), Adela Pérez Velarde, su nombre real, sirvió desde los 15 años como enfermera de las tropas, lo que en 1963 le valió ser reconocida como Veterana de la Revolución Mexicana, según consta en los archivos de la Defensa.
'Hubo mujeres, muy pocas, que lucharon con las armas en la mano, como Valentina Ramírez Avitia, que incluso en su expediente menciona que causó alta como soldado y la dieron de baja por el hecho de ser mujer', añade el capitán Aguilar.
Otra combatiente, Valentina quedó consagrada en el imaginario popular gracias a su propia melodía y a una de las imágenes más emblemáticas de la Revolución, en la que aparece de pantalón y sombrero, con el pecho cruzado por cananas, rifle a un costado y pistola al cinto, rodeada de hombres que la miran entre curiosos y burlones.
El temor a las burlas hizo que algunas combatientes escondieran su género.
'Tenemos un caso único documentado: el de Amalia Robles, que fue mujer pero en la Revolución se puso ropas de hombre para poder estar al frente de sus tropas y llegar hasta el grado de coronel', añade Aguilar.
Originaria de Guerrero (sur), al llegar 'la bola', como los ricos llamaban despectivamente a los revolucionarios, la joven modificó la última letra de su nombre, se cortó las trenzas y cambió el faldón por un pantalón, reclutó a los peones de su hacienda y se lanzó a la contienda.
'Era hija de hacendados. Se unió a las filas de Emiliano Zapata', explica Aguilar sobre 'la coronel' que sirvió al ejército revolucionario del 23 de septiembre de 1911 al 27 de noviembre de 1924, participando en al menos siete campañas militares y en más de 70 combates.
'En agosto de 1970, se le reconoció oficialmente como veterano de la Revolución por los servicios que prestó a la misma, concediéndosele la condecoración al mérito revolucionario', explica Aguilar.
La leyenda de Amalio, que militó en organizaciones socialistas, es ampliamente conocida en su pueblo natal de Xochipala (Guerrero), donde incluso han erigido un pequeño museo con fotos de distintas épocas de su vida, personificada como hombre.
'Para poder luchar en las fuerzas revolucionarias, se tuvo que disfrazar de hombre y se puso Amalio. Después de la Revolución siguió como hombre y cuentan que mato a dos tipos que se burlaron de ella, por lo que estuvo en la cárcel', explica Regner Montiel, habitante de Xochipala.
La 'coronel Amalio' murió en 1984, a sus 95 años, y cinco después de admitir en un trámite administrativo oficial su género.
El hecho de que lo hubiera ocultado por décadas se entiende por otro hecho que consta en documentos del archivo militar: muchas veteranas de la revolución jamás fueron consideras como elementos del Ejército, y se les negó una pensión.
Fuente: http://www.terra.com.mx/articulo.aspx?articuloId=995994
La Señora del cinco, Mexicali
Esta es una historia real aunque todo mundo diga eso y sea un cliché. en la ciudad de mexicali, baja california, en méxico, existe una leyenda muy vieja, toda la ciudad la conoce, sobre todo, la gente de mayor edad puesto que esta ciudad (aquí nací y vivo) apenas acaba de cumplir 100 años, entonces no es nada raro que hasta los jóvenes la conozcamos bien.
Hace muchos años en el centro de la ciudad vivía una señora que maltrataba mucho a sus hijos, les gritaba todo el tiempo, les pegaba y los encerraba en la casa. así pasó el tiempo, hasta que sus hijos se hicieron mayores, se casaron y la abandonaron.
La señora, sintiéndose culpable y con remordimientos, fue a la iglesia de la ciudad a hablar con el sacerdote, le contó todas las cosas que les había hecho a sus hijos durante muchos años, el padre, al escuchar las crueldades que la mujer había cometido, le dijo que sus pecados eran muchos, que una madre como ella sólo podía viajar a roma para allí encontrar el perdón de dios. pero la señora era muy pobre y no tenía manera de costear un viaje, ¡mucho menos hasta roma!, así que el sacerdote le ordenó que pidiera limosna, pero (para que su penitencia fuera más dura) sólo debía aceptar monedas de cinco centavos (equivalente a cinco pesos mexicanos de hoy) y si le daban monedas de otra cantidad, debía devolverlas.
La mujer salió de la iglesia y ese mismo día empezó con su misión, todos los días se sentaba frente a la iglesia a dinero, mucha gente se sorprendía al ver que cuando le intentabas dar monedas de mayor valor las rechazaba, por lo que la comenzaron a llamar la señora del cinco.
Tristemente, años más tarde y poco antes de poder conseguir el dinero suficiente para el viaje, enfermó gravemente y murió.
Días después de su muerte, un señor que caminaba frente a la iglesia cierta noche vio a una vieja que llevaba un velo en la cabeza con apariencia muy humilde. la mujer se le acercó y le dijo:
- señor, ¿no me regala un cinco?.
- no tengo, pero tome esta moneda de veinte.
- entonces ella se descubrió la cara y era el rostro de una calavera.
- ¡no pedí veinte centavos, pedí cinco! ¡lo maldigo!
Y así sucedió que muchas personas relataban lo mismo, y a muchas de ellas les ocurrían desgracias al poco tiempo, y los papás solían asustarnos con el clásico te va a llevar la señora del cinco.
La historia se volvió tan popular (fuera verdad o no) que en mexicali, durante muchos años, se acostumbró llevar siempre una moneda de cinco si salías a la calle, y las casas de todas las familias tenían siempre un vasito lleno de monedas de cinco centavos por si la mujer tocaba a la puerta.
Yo no conocí esta historia hasta la secundaria, en clase de lectura y redacción, un día que nos pusimos a hablar de historias de terror, una amiga la mencionó y resulta que casi todo mundo conocía la leyenda menos yo. entonces la profesora nos contó que cuando ella tenía como 9 años, en su casa también juntaban moneditas de cinco y que se hablaba de la leyenda de la señora aunque nadie de la familia la hubiera visto. un día la dejaron sola en la casa y le dijeron que no abriera la puerta para nada (obviamente no por el fantasma, sino por los delincuentes), y a ella le recordó la historia, pero no le dio miedo. al poco rato de que sus papás se fueron, alguien llamó a la puerta y ella, temorosa de abrir, se asomó por la ventana. dice que se quedó helada al ver a una figura con una capa negra que parecía flotar del suelo y no tener cabeza. jamás supo si se trataba de la señora del cinco o no, porque no se atrevió a abrirle la puerta, sino que se escondió llorando debajo de la cama hasta que llegaron sus papás, que ni siquiera le creyeron...
Yo sinceramente no sé qué creer, pero en fin, es una leyenda.
Fuente: http://leyendasdebc.blogspot.mx/
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