Por: Sergio Fitch Watkins y Margarita Cervi

Foto: Eric Fortin
Volcán Parícutin, (Michoacán).
En 1943 el pueblo de San Juan quedó sepultado por la lava del Paricutín, el volcán más joven del mundo. ¿Lo conoces?
Cuando era niño llegué a oír historias acerca del nacimiento de un
volcán en medio de un campo de maíz; de la erupción que destruyó el
pueblo de San Juan (ahora San Juan Quemado), y de cenizas que llegaron
hasta la ciudad de México. Así fue como me interesé en el Paricutín, y
aunque en aquellos años no tuve oportunidad de conocerlo, nunca salió de
mi mente el ir alguna vez.
Muchos años después, por cuestiones de trabajo, tuve la oportunidad de
llevar a dos grupos de turistas estadunidenses que deseaban caminar por
el área del volcán y, si las condiciones lo permitían, ascenderlo.
La primera vez que fui, nos fue un poco difícil llegar al pueblo desde
el cual se visita el Paricutín: Angahuan. Los caminos eran de terracería
y en el pueblo apenas hablaban algo de español (aún ahora sus
habitantes hablan más el purépecha, su lengua natal, que ningún otro
idioma; de hecho, ellos nombran al famoso volcán respetando su nombre
purépecha: Parikutini).
Una vez en Angahuan contratamos los servicios de un guía local y un par
de caballos, y comenzamos la caminata. Nos tomó cerca de una hora llegar
al sitio donde se encontraba el pueblo de San Juan, que fuera sepultado
por la erupción en 1943. Se encuentra casi al borde del campo de lava y
lo único que queda visible de este lugar es la parte frontal de la
iglesia con una torre que permaneció intacta, parte de la segunda torre,
también del frente, pero que se derrumbó, y la parte posterior de ésta,
donde se encontraba el atrio, que también se salvó.
El guía local nos contó algunas historias de la erupción, de la iglesia y
de toda la gente que murió en ella. Algunos de los estadounidenses se
mostraban muy impresionados por la vista del volcán, el campo de lava y
el tétrico espectáculo de los restos de esta iglesia que aún quedan.
Después, el guía nos habló de un lugar donde se supone que aún corre
lava; nos preguntó si nos gustaría visitarlo y de inmediato dijimos que
sí. Nos condujo por pequeñas veredas entre el bosque y luego por el
pedregal hasta llegar al lugar. El espectáculo era impresionante: entre
algunas fisuras en las rocas salía un calor fortísimo y seco, a tal
grado que no podíamos pararnos muy cerca de ellas porque sentíamos
abrasarnos, y aunque la lava no se veía, no quedaba duda de que por
debajo de la tierra, ésta continuaba corriendo. Seguimos deambulando por
el pedregal hasta que el guía nos condujo a la base del cono volcánico,
a lo que sería su lado derecho visto desde Angahuan, y en un par de
horas estábamos en la cima.
La segunda vez que ascendí al Paricutín, llevaba conmigo a un grupo de
estadunidenses entre los que se encontraba una señora de 70 años.
Una vez más contratamos un guía local, al cual le insistí que necesitaba
encontrar una ruta más fácil para ascender al volcán debido a la edad
de la señora. Manejamos unas dos horas por unos caminos de terracería
cubiertos con ceniza volcánica, lo que ocasionó que nos atascáramos un
par de veces porque nuestro vehículo no tenía doble tracción. Al fin,
llegamos por el lado de atrás (visto desde Angahuan), muy cerca del cono
volcánico. Cruzamos el campo de lava petrificada por espacio de una
hora y comenzamos a subir por un camino bastante bien marcado. En poco
menos de una hora llegamos al cráter. La señora de 70 años resultó más
fuerte de lo que pensábamos y no tuvo ningún problema, ni en el ascenso
ni para regresar hasta donde habíamos dejado el auto.
Muchos años después, al hablar con la gente de México Desconocido acerca
de escribir un artículo del ascenso al Paricutín, me cercioré de que
mis antiguas fotos del lugar no estaban como para ser publicadas; así
pues, llamé a mi compañero de aventuras, Enrique Salazar, y le propuse
la ascensión al volcán Paricutín. Él siempre había tenido deseos de
subirlo, también entusiasmado por la serie de historias que había oído
acerca de él, así que partimos hacia Michoacán.
Me sorprendió la serie de cambios que ha habido en el área.
Entre otras cosas, el camino de 21 km hacia Angahuan ahora está
pavimentado, así que fue muy fácil llegar. Los habitantes del lugar
siguen ofreciendo sus servicios como guías y aunque nos hubiera gustado
poder darle a alguien el trabajo, íbamos muy cortos de recursos
económicos. Ahora ya hay un bonito hotel al final del pueblo de
Angahuan, con cabañas y restaurante, que cuenta con información acerca
de la erupción del Paricutín (muchas fotos, etc.). En una de las paredes
de este lugar existe un colorido y bonito mural que representa el
nacimiento del volcán.
Comenzamos la caminata y pronto llegamos a las ruinas de la iglesia.
Decidimos continuar y tratar de llegar al cráter para pasar la noche en
el borde. Llevábamos solamente dos litros de agua, un poco de leche y un
par de conchas de pan. Para mi sorpresa, descubrí que Enrique no traía
bolsa de dormir, pero él dijo que esto no representaba gran problema.
Decidimos tomar una ruta que después llamamos la “Vía de los Tarados”,
que consistió en no ir por alguna vereda, sino cruzar el pedregal, que
tiene como 10 km, hasta la base del cono y luego tratar de ascenderlo en
forma directa. Cruzamos el único bosque que hay entre la iglesia y el
cono y comenzamos a caminar sobre un mar de piedras filosas y sueltas. A
veces teníamos que subir, casi escalar, algunos grandes bloques de
piedra y del mismo modo teníamos que bajarlos del otro lado. Lo hicimos
con toda precaución para evitar alguna lesión, porque salir de aquí con
un pie torcido o cualquier otro accidente, por pequeño que fuera,
hubiera sido muy doloroso y difícil. Nos caímos algunas veces; otras los
bloques que pisábamos se movían y uno de ellos cayó sobre mi pierna y
me hizo algunas cortadas en la espinilla.
Llegamos a las primeras emanaciones de vapor, que eran muchas e inodoras
y, hasta cierto punto, fue agradable sentir el calorcito. De lejos
veíamos algunas zonas donde las piedras, que normalmente son negras,
estaban cubiertas de una capa blanca. A la distancia parecían sales,
pero cuando llegamos a la primera sección de éstas, nos sorprendió que
lo que las cubría era una especie de capa de azufre. También salía entre
las grietas un calor fortísimo y las piedras estaban muy calientes.
Por fin, después de tres horas y media de lucha con las piedras,
llegamos a la base del cono. El sol ya se había puesto, así que
decidimos apretar el paso. Ascendimos la primera parte del cono de forma
directa, lo que resultó muy fácil porque el terreno, aunque bastante
empinado, es muy firme. Llegamos al lugar donde se juntan la caldera
secundaria y el cono principal y encontramos un buen camino que lleva al
borde del cráter. La caldera secundaria emite vapores y gran cantidad
de calor seco. Arriba de ésta se encuentra el cono principal que está
lleno de pequeñas plantitas que le dan un aspecto muy bonito. Aquí el
camino hace tres zigzags hasta el cráter y está bastante empinado y
lleno de piedras y arena sueltas, pero no es difícil. Llegamos al cráter
prácticamente de noche; disfrutamos del paisaje, tomamos un poco de
agua y nos preparamos para dormir.
Enrique se puso toda la ropa que traía y yo me metí muy cómodo a la
bolsa de dormir. Nos despertamos muchas voces por la noche debido a la
sed —habíamos agotado nuestra reserva de agua— y también a un viento
fuerte que soplaba a ratos. Nos levantamos antes del amanecer y gozamos
de una hermosa salida del sol. El cráter tiene muchas emanaciones de
vapor y el suelo esta caliente, tal vez por eso Enrique no pasó gran
frío.
Decidimos darle la vuelta al cráter, así que nos fuimos hacia la derecha
(viendo el volcán de frente desde Angahuan), y en unos 10 minutos
llegamos a la cruz que marca la cumbre más alta que tiene una altura de 2
810 m snm. Si hubiéramos llevado comida la habríamos podido cocinar
sobre ésta, ya que estaba sumamente caliente.
Continuamos nuestro viaje alrededor del cráter y llegamos al lado más
bajo de éste. Aquí también hay una cruz más pequeña, y una placa en
memoria del pueblo desaparecido de San Juan Quemado.
Media hora más tarde llegamos al lugar de nuestro campamento, recogimos
nuestras cosas y emprendimos el descenso. Seguimos los zigzags hasta el
cono secundario y aquí, para nuestra suerte, encontramos un camino
bastante marcado hasta la base del cono. De allí este camino se interna
en el pedregal y se vuelve un poco difícil de seguir. Muchas veces
tuvimos que buscarlo a los lados y regresarnos un poco para
relocalizarlo porque no nos emocionaba mucho la idea de volver a cruzar
el pedregal como tontos. Cuatro horas más tarde, llegamos al pueblo de
Angahuan. Nos subimos al coche y regresamos a la ciudad de México.
Ciertamente el Paricutín es una de las ascensiones más bellas que
tenemos en México. Desgraciadamente la gente que lo visita ha tirado
unas cantidades impresionantes de basura. De hecho, nunca había visto un
lugar más sucio; los lugareños venden papas y refrescos en la orilla
del pedregal, muy cerca de la iglesia destruida, y la gente tira bolsas
de papel, botellas y demás, por toda el área. Es una pena que no
conservemos nuestras zonas naturales de una manera más adecuada. Visitar
el volcán Paricutín es toda una experiencia, tanto por su belleza, como
por lo que ha implicado para la geología de nuestro país. El Paricutín,
por su reciente nacimiento, es decir, de cero a como lo conocemos
ahora, está considerado una de las maravillas naturales del mundo.
¿Cuándo dejaremos de destruir nuestros tesoros?
SI USTED VAS AL PARICUTÍN
Toma la carretera número 14 de Morelia a Uruapan (110 km). Una vez allí
tome la carretera 37 rumbo a Paracho y un poco antes de llegar a
Capácuaro (18 km) desvíese a su derecha hacia Angahuan (19 km).
En Angahuan encontrará todos los servicios y podrá contactar a los guías que te llevarán al volcán.
Fuente: http://www.mexicodesconocido.com.mx/parikutini.html